2 de septiembre de 2011

abandono compulsivo

Puede que fueran sus huesos cansados y doloridos que tiraban de su alma y la arrastraban hacia un abismo inesperado. Puede que fuera la vorágine de sentimientos alterando su seguridad. El cambio, el miedo a la estabilidad. 
Se había acostumbrado a encajar todas sus pertenencias en esa pesada mochila de mano. Se había hecho a abandonar lo prescindible al final de cada tramo, a desprenderse de lo que un día le fue útil en cada estación. Todos esos libros releídos y subrayados, esos jerseys agujereados que ya no resguardaban más del frío. Aquel paraguas raído, aquellos zapatos con las suelas desgastadas. Poco a poco todo lo que tenía necesitaba ser repuesto. Para empezar con buen pie la nueva etapa, para pasar de temporada a temporada con la ligereza necesaria. 
Pensó en esa pequeña regla propia, universal. Y decidió abandonar la idea de lo imprescindible para nunca jamás tener que lamentar ninguna pérdida.
Así, sin darle mayor importancia, extrapoló esa pequeña idea a cada aspecto de su vida, a cada momento pasajero, a cada sentimiento oculto.
No era independencia. Más bien rechazo al lamento y sufrimiento, erradicando de raíz lo que consideraba que algún día podría traerle desdichas.
Pero lamentablemente no hay verdades universales. Ni bondad en los extremos. Y tanta prescindencia absoluta la atrapó por completo, y cuando quiso darse cuenta, ya se había abandonado a sí misma, a sí misma y a todos los que un día dieron un centavo por ella. 
Quedando esparcidas por el camino las bonitas historias que en los días de carisma le enseñaron a amar todo en este mundo, pero nada ni a nadie en particular.


1 comentario:

Vous-vous dijo...

Que hermoso lo que escribiste! me encanto!!

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