12 de noviembre de 2014

TUMBLR

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El amor en tiempos del EGO

Hablemos de amor.
Ese loco, ese ente imperturbable, ese sentimiento etéreo que nos desgarra el corazón a la vez que nos hace volar y olvidar lo mundano, lo prescindible, lo racional.

Hablemos de amor.
Ese espíritu libre que te da una razón para levantarte cada mañana y te obliga a querer un poco más el universo a fuerza de sonrisas.

Hablemos de amor, o más bien desamor. Porque parece que el amor no se presenta ante nuestros ojos hasta que no muere por su propia inercia, o al menos para algunos.

Amor es una palabra complicada.

Están aquellos que la usan demasiado, los amantes del amor, aquellos que cuentan con pequeños vales regalo de amor y los van repartiendo por el mundo como quien reparte propaganda. Estos fervientes amantes del amor, porque no podría ser de otra manera, a menudo acaban desvirtuando el significado de este sentimiento, y acaban creyendo que es amor todo lo que reluce. Que amor es todo signo de cariño. Que existe el amor a primera vista. Que amor es tomarse un café juntos después de la noche anterior.

También están aquellos a los que la palabra amor les provoca sarpullidos, los que no soportan las demostraciones de amor, aquellos que no admitirían su idilio aunque Cupido se apareciera ante sus ojos. Estos amorfóbicos rehusan de poner etiquetas a ningún tipo de relación humana que mantengan, porque, al fin y al cabo, las etiquetas no sirven para nada, y las relaciones libres son mucho más sanas. Y así acaba la cosa, con una relación sentimental que no es relación porque nunca hubo amor; que acabo cayendo por su propio peso y sólo, y reitero, sólo en ese momento, el amor se revela ante los ojos de incrédulo.

Luego estamos los soñadores. Los locos. Los creyentes del amor. Los que realmente valoramos el peso de este sentimiento y medimos al milímetro su perfección, su presentación, su desarrollo y su finalización. Los que somos conscientes de su volatilidad y esencia, y tenemos miedo de descubrirlo, pero también de no llegar a encontrarlo nunca.

Lo normal es llegar a ser una mezcla de estos tres perfiles, en algún punto perdido entre loco del amor y sutil hijo de puta. Un empedernido amante de este sentimiento, que busca la perfección, que valora el simple proceso de la búsqueda. Hasta que, claro, uno se lleva dos, o hasta tres desengaños, y decide que hasta aquí hemos llegado

Es una pena que el propio amor te pueda convertir en un escéptico del mismo, que te vuelva reticente, que te haga desdichado. Aunque es cierto que a base de palos uno siempre aprende, el amor debería servir para alegrarnos la vida y no para convertirnos en seres malheridos y decadentes.

He aquí la paradoja del amor. El amor duele. El amor destroza corazones. El amor pisotea tu moral y tu orgullo y te deja tirado en la cuneta de las relaciones. El amor es maravilloso hasta que uno se da cuenta de que es superior a sus fuerzas, que uno busca el amor pero es el amor el que te acaba encontrando; te encuentra y no te suelta hasta que no estás exhausto e indefenso.

Puede que sea eso lo que más nos atraiga del amor. Que no está en nuestras manos.

Uno no decide cuando se enamora, y aunque haya unos cuantos que lo pretendan, el amor no se hace, sino que nace. El amor embriaga tu conciencia y se apodera de ti. Puede que tú no lo sepas, pero el amor se alimenta de tu propio amor.

Estar enamorado es una sensación maravillosa, semejante a la de sentirse amado; precursora de la madre de las sensaciones: la del amor recíproco; y generadora del padre de las sensaciones: la del amor propio.

El amor es genial porque ayuda a ver la vida con ojos benévolos, a ser menos duro con uno mismo, a ser generoso y amable. El amor te vuelve mejor persona, y ser mejor persona incrementa tu ego. Esto es así, una verdad cierta e indiscutible, y es que, cuando uno está enamorado, se siente francamente bien. No bien, uno siente que está en la cima del mundo. Que nada más importa. Que su vida es maravillosa y que mientras dure el amor, esta fantasía es indestructible.

Así, el amor es la mejor droga, el mejor antiarrugas, la mejor dieta adelgazante y la mejor terapia de choque. Puede que por eso, la búsqueda del amor en nuestros tiempos, donde el culto al "yo" se ha convertido en actividad imperante, sea tan importante. Puede que sea el único resquicio de bondad y de pureza que resta estos días, y, pese a su aleatoriedad, pese al riesgo de autodestrucción, pese a todos los riesgos que el amor implica, puede que el amor sea la única respuesta posible.





19 de febrero de 2014

Lo nuestro no fue nada

Es difícil escribir cuando uno tiene el corazón en pedazos y aún no se le ocurre cómo recomponerlo. 
El tiempo, sin embargo, le va dando forma a las sombras de unos sentimientos que, en caliente, han llegado a rozar la irracionalidad. 

Puede que los tópicos pudieran con nosotros. Puede que fuera la distancia. 

Puedo plantear teorías cuánticas sobre nuestra ruptura, pero después de todo, ambos sabemos que la razón siempre fuimos nosotros mismos.  

Puede que le pusiéramos fecha de caducidad a una historia que ni siquiera había comenzado aún. 

No nos cansábamos de jugar a la indiferencia, de jugar a creernos por encima del amor y de la dependencia humana, la dichosa dependencia vital. Pasábamos días hablando de nuestros pasados, riéndonos con viejas historias que no habíamos compartido, no preguntando demasiado, y pensando en un futuro en el que nuestros destinos no se cruzaban. No importaba, no estábamos hechos para estar juntos, no compartíamos una pasión o un plan vital. No éramos nadie el uno para el otro. Al cabo de unos meses, cada uno viviría su propia vida en una parte del Universo. No había nada que planificar. Quedábamos por razones lúdico-festivas. Quedábamos por aburrimiento. Quedábamos porque sí.
Pasábamos días sin hablar de nada en concreto, desdibujando nuestros contornos a contraluz, desgastando nuestros huesos. Te esperaba entre las sábanas como quién, desvelado, espera la hora del despertador, hasta que despertabas, agotado, para decirme lo guapa que estaba por las mañanas. 

Nos curamos mutuamente con noches de alcohol y carcajadas. Nos recompusimos con mañanas de café y sonrisas. Nos llamamos a deshoras, sin sentido. Nunca nos escribimos. Siempre nos esperamos en la puerta de aquel pub, helándonos los huesos, fumando un cigarro para disimular la ansiedad, para disimular que lo único que queríamos en el mundo era vernos el uno al otro, meter las manos en los bolsillos y caminar juntos de vuelta a casa. A tu casa, o a la mía. 

Nunca creímos estar enamorados. Lo nuestro era más bien una historia pasajera, transitoria. Una historia entre extranjeros dementes que no podían con el peso de la madurez. Lo nuestro era una sucesión de minutos juntos medida en litros de sidra. Lo nuestro no era nada. 

El día en que me monté en ese avión lo supe. Lo supiste tú y lo supo todo el Universo. Supimos que nos estábamos equivocando, que se nos había ido de las manos. Que tantas lágrimas no eran normal para una historia sin importancia, que habíamos agotado nuestros minutos juntos sin pensar en los minutos que pasaríamos separados. Supimos que más de un tópico había cobrado sentido entre nosotros.

Hubiera preferido la primera verdad. Hubiera preferido una despedida tajante, seca, fría y sin lágrimas. Hubiera preferido montarme al avión sin aquella cadena alrededor de mi cuello, la que me ataría a ti hasta el día de hoy, la más difícil de borrar de mi memoria. Hubiera preferido conservar mis recuerdos sobre ti hasta ese día de Junio, sorprendentemente caluroso, con tu imagen impecable en mi memoria. Con esa última carrera hasta el aeropuerto, con ese último beso en la mejilla, con esa última promesa que no pensaba cumplir. 






18 de agosto de 2013

Todavía.

Tomar decisiones está infravalorado.
A mi parecer, la toma de decisiones debió ser idea de algún demente sin demasiadas posibilidades de elección en esta vida. 

De pequeño, alguien decide por ti. Da igual quién sea ese alguien, tus padres, tus tutores o los anuncios de la televisión. Todos ellos te hacen vestir de una manera, hablar un idioma, creer en un determinado Dios y ser fanático de un equipo de fútbol concreto. Ellos condicionan tu amor por los helados y tu odio a las judías pintas. Ellos te enseñan, en el mejor de los casos, a tratar a los demás con amabilidad y a respetar a tus mayores. Te inculcan una moral y conciben un futuro para ti. Un futuro condicionado, envasado, un futuro en pack de seis latas. Un futuro refrigerado, latente, un futuro que podría ser el de cualquier otro humano a tu alrededor, pero que te ha tocado a ti.

A partir de este punto, una vez te creen suficientemente condicionado como para que, por ti mismo, tomes las decisiones que ellos esperan de ti, te lanzan fuera de la burbuja de predisposición, y, por primera vez en toda tu vida, te topas de bruces con el universo.
Estás perdido, desorientado y asombrado en un nuevo plano vital. Sientes deseos de comenzar por ti mismo a poner pilares sobre una vida que ya, o eso es lo que tú crees, sólo te pertenece a ti. Y eso conlleva tomar decisiones, muchas decisiones, infinitas decisiones.

Hasta aquí la emoción de la independencia. Hasta aquí las ganas de construir un futuro lleno de amor propio y sabiduría. Hasta aquí la ilusión de tu emancipación. Desde este momento, la más irrelevante de las decisiones que lleves a cabo va a ser minuciosamente sometida al juicio social de las apariencias. 
Las apariencias, aquellas que mienten más que hablan, las que te alejan de la realidad para llevarte a un nuevo plano, donde todo el mundo es infeliz con una sonrisa en la cara. En efecto, ahora ya no decides tú, deciden ellas.

Fue breve, fue ilusorio. Fue un remanso de paz que te trasladó a un idilio de felicidad pura por menos de lo que dura un suspiro. Y comenzó la ficción. Comenzó el pensar en el qué dirán y el maquillar tus verdaderos deseos de escapar. Ahora te toca encauzar tus ilusiones hacia las decisiones menos perjudiciales para ti mismo, pero aún así quedan muy lejos de tu verdadera voluntad. Lejos de tus deseos de ser diferente, de crecer plantando tomates en tu huerto de Uruguay, de tus ganas de carretera y manta con la espalda cubierta de tatuajes.

Dejando de lado las convenciones sociales, y partiendo de la base de que, obviamente, no cubriste tu cuerpo de tinta indeleble ni palpaste aquella piel que tanto te llamaba, las decisiones te limitan. Una decisión cierra la puerta a otras doscientas más, y si concatenas decisiones, al cabo de tres años has desperdiciado cientos, miles, millones de preciosas oportunidades que se plantaron ante tus ojos.

En tanto no decides, las posibilidades de evolución son tan grandes que ni tu propia mente puede lidiar con el potencial de todas ellas. De todos tus futuros, los que siempre quisiste y los que nunca llegaste a pensar. Los que te impusieron y los que alguien tomó en tu lugar. Los que prosperarán, y los que obviamente no llevan a ningún lugar. Pero tantas opciones abruman y bloquean la capacidad de decisión.
Llevar tan solo dos opciones vitales hasta el más avanzado desarrollo, explotando al máximo su potencial, y situándolas en un plano comparativo, agotaría hasta al mejor pensador de nuestros tiempos, bloqueando su certeza e injertando la semilla de la duda en sus pensamientos. 

Y una vez se desvela ante tus ojos la relevancia de las decisiones, de los ínfimos impulsos de tu día a día, de la gran opción de tu veintena, del potencial que tienes para destrozarlo todo con un solo monosílabo, tienes tanto miedo de seguir adelante que tu cuerpo se colapsa, tu mente se paraliza y tus sentimientos, en stand-by, sólo te permiten permanecer en una eterna situación de indecisión donde no eres feliz, pero tampoco has destrozado tu futuro. Todavía.



15 de junio de 2013

Una cualquiera.

Hoy soy dos. Soy dos horarios, soy dos verdades, dos caras de la realidad y dos pensamientos divergentes. Hoy me he desdoblado en dos sujetos irracionales que pugnan por mi atención y reclaman una decisión coherente. Hoy soy dos y ya no soy yo misma. Me he caído en el abismo de una indecisión, de un sentimiento irascible, heterogéneo y alterno. Me he colado en los recovecos de una ausencia, de una esencia y de un olvido. Una ciudad que llora mi presencia y otra que quema mis propósitos. 
No hay lugar que me haga olvidar esta idea contradictoria, opositora, devastadora. Me muero poco a poco de indiferencia y nada puedo hacer para volverme visible. Miedo, ganas de llorar. Simplemente eso. Incertidumbre que siempre me llega cuando menos la necesito. Mil vueltas de hoja en mi cabeza y ningún saludo cordial que se limite a colocarlas. 
Me he vuelto gris y fría, ausente. Desamparada frente a un mar de consejos que no me dicen nada, que sólo me demuestran que nadie me conoce. Ni yo misma me conozco. Me limito a dividir las líneas temporales en diapositivas de vida. Cruzo mis recuerdos con posibilidades tangentes que desdibujan mis ánimos y expectativas. 
Quiero creer que un momento de lucidez iluminará este caos exuberante con una verdad, sólo una. Y entonces ya no seré más dos. No seré más dos horarios, dos verdades, dos caras de la realidad ni dos pensamientos. No seré más dos sujetos irracionales, sino que me volveré una, juntaré mis pedazos de desesperanza y me crearé a mi misma, una vez más, desde la destrucción que abarrota mis huesos de sequía y soledad.
No quiero ser más dos. 
Pero no quiero ser una cualquiera.




2 de mayo de 2013

Tabaco de liar.

Esta mañana me he despertado sobresaltada, como cada una de las mañanas de mis días desde hace cinco semanas. No logro dormir, se me acelera el pulso y me acurruco entre las sábanas apretando fuerte los párpados y la dentadura, intentando olvidarme de todo aquello que estaba y ya no está. Me refiero a mi inocencia, a mis ganas de comerme el mundo. Me refiero a ti por las mañanas, a ti por las tardes, a ti por las noches. Solía quedarme dormida de espaldas, esperando que te decidieras a acercarte de manera irracional y me abrazaras por un rato. Solía despertarme temprano, aunque me fallaran las fuerzas y se me cerraran los ojos, sólo para contemplar tu sueño un rato más, sólo para sentir que la noche no acababa, que te quedarías conmigo eternamente.

Ahora me levanto entre suspiros. No hay nada que decir. La soledad no es tan buena compañera de amaneceres como tus besos. Me siento en la cama por un rato, mirando a través de los cristales la lluvia de una ciudad que nunca me dio tregua. Ni siquiera pienso en nada concreto. Observo las gotas de lluvia aterrizando sobre mi ventana, preguntándome si nuestro amor aterrizó tan catastróficamente. Qué más da eso ahora. Ya no estás por las mañanas y no hay café en la cajonera. No hay besos que despierten mi sonrisa ni bromas sobre chinos en sandalias para desayunar,

Me calzo las botas y una cazadora y salgo a la calle. Aún con lágrimas estampadas en la cara y con un pelo que desvela que mi noche ha sido excesivamente inquieta. No importa. Bajo la mirada y guío mis pasos hacia la tienda de la esquina. La misma mujer hindú de todos los días me saluda de mala gana. Sé que no somos de mutuo agrado, pero aún así seguimos con ese molesto saludo cordial que alguna estúpida norma social ha establecido. Le pido tabaco de liar y un mechero. Se lo repito varias veces, me da el cambio y salgo de la tienda algo más desanimada. Vuelve a llover a raudales. Llueve como nunca y tú no estás ahí para rodear mis hombros por detrás y darme besos húmedos. 
Estoy sola en medio de una calle desierta, a las 7 y 35 de una mañana de Sábado, sabiendo que la siguiente semana no tendrá un mejor empezar. Sabiendo que volverás a faltar a medianoche, cuando los malos pesares me despierten y necesite un beso en la mejilla para volver a conciliar el sueño. Que no me invitarás a un café en la tienda de desayunos y haremos una carrera para conseguir el sofá de ante. Que no estarás ahí para liarte un cigarrillo mientras yo te pido que lo dejes. Qué más da eso ahora. Llego a casa y enciendo la radio. Ahora soy yo la que, desde hace cinco semanas, se lia un cigarrillo a trancas y se lo fuma mirando los paraguas que pasan por la calle. Y tú no estás ahí para decirme que lo deje.

Qué va a pasar

Porque es infinitamente más cómodo mentirse y engañar a los demás.  Voy a hacerte pensar que aquí no pasa nada, que tengo una coraza de acero y que para mi tus llamadas significan lo más mínimo. Voy a hacerme pensar que soy una persona independiente cuya vida gira entorno a unos principios morales indestructibles. Que la fe es para los débiles y el amor para los estúpidos. Que a mi no me hacen falta más que sarcasmo y cigarrillos para desmantelar todas tus ideas, y créeme, esto no es algo descabellado. 
Voy a reírme de tus planes de gozo y disfrute, voy a saltarme unos cuantos pasos en esta lógica transición intelectual, y voy a dejarte de lado, sin que te des cuenta.
No soy yo, eres tú. Me has servido de chaleco salvavidas, me has abierto los ojos y amortiguado mi caída con tus palabras. Quizá no sea nada. Quizá hayan sido horas de entretenimiento y risas descontroladas. Pero no hay modo humano de saberlo. Y si no era nada, y si no era algo más. Y si era el toque que mi vida añoraba para empezar a sentir algo. Y si, y si. A veces no puedes pararte a pensar en todas las alternativas. No por falta de ganas. No por falta de tiempo. Simplemente porque la vida es demasiado incierta como para pretender tener todo bajo control. Dices que el karma nos juntará en algún momento, si así es que se debe. Yo digo que los esfuerzos son un todo, y que llega un punto en el que por más esfuerzos que hagas la pasión desaparece, y vivir de recuerdos del pasado es una muy triste dinámica para el resto de tus días. Vive, vive todo lo que te apetezca porque yo haré lo mismo. Porque si sigo viviendo en este pasado que me atrapa, siento que mi futuro nunca va a llegar a un punto álgido. Y yo necesito algo más.



17 de marzo de 2013

orden y fundamento. parte primera.

No tengo tiempo para darte una explicación lógica, coherente o racional. No me queda tiempo para pararme a pensar en todo lo que significas para mi, en todo lo que yo he llegado a significar para ti. Ha llegado ese momento de la existencia en el que las decisiones no se toman de una manera ordenada.


16 de septiembre de 2012

Vacío de voluntades.

Piedras y basura. Discúlpame Haruki por robar de tus palabras las que vacían mis sentidos, pero últimamente las mías se disparan entre mis latidos y no consigo encontrar los sentimientos adecuados. Hay quién dirá que no hay búsqueda que valga, que ellos llegan a ti y tú los sientes a ellos, pero yo ya no entiendo si soy yo la que padece o es el sentimiento al que le duelo. Difícil discernimiento, más allá de la lógica aplastante de la posesión del "alma", yo me quedo vacía al sentirme elegida por una generalidad de agujas nostálgicas de la eternidad. No puedo seguir diciendo lo que deseo pues mis deseos carecen de fundamento, y sin fundamento, sin motor racional de la voluntad, yo me quedo pasmada intentando elucubrar qué se ha colado en mis costillas y me hace palpar la gravedad. Disculpadme, fieles creyentes de la vida como viaje indescifrable, pero yo me he vuelto muy escéptica últimamente.


26 de mayo de 2012

Desde entonces no pude más.

Vino a mi como nube de tormenta, como hoja caduca a principios del Otoño. Vino a mi, manso como la luna menguante y derrotado por la nostalgia. Todo saldrá bien y no hay nada de lo que preocuparse fueron demasiado tópicos, y en su lugar me quedé observándole desde mi rincón, ofreciéndole mis ojos como un sustento de cordialidad. Sus manos buscaban un calor al que aferrarse, su cuerpo gemía de tristeza. Y su rostro, impasible, imploraba una conversación banal que distrajera sus pensamientos.


18 de abril de 2012

vorágine,mi


Todas esas cosas que dejé a un lado, atrás, a tres pasos de mi en el camino. Todo aquello que arrastré conmigo, que me persigue, que ya no es nada sin mi, que es una parte de mi esencia de la que ya no puedo huir. Luchando contra mi materia gris hoy eché en falta la cordura en la enfermedad. El miedo que ya no tengo. Las ganas de tener valor para cortar por lo sano. 
Aquellos que dicen que se echa de menos lo que no se tiene, lo que ya se perdió, incluso lo que nunca se tuvo. No podrían estar más equivocados. Hoy te echo de menos en frente mío. Echo de menos esas miradas fulminantes. Echo de menos una fuerza misteriosa que sigue aquí, dentro mío, que me sigue quemando; pero que ya no me excita. Que me mata por dentro. Echo de menos morirme en un instante. Ya no soy de carne y hueso, ya no te respeto. Te lancé a ese agujero negro en mi interior. Ahora estás en mi vorágine. Siento el sinvivir, el sinsentido, el sinmás ni menos que nunca pronuncio. Pero te he incluido en esa parte de mi de la que ni yo misma puedo escapar y ya nada va a cobrar sentido hasta que no la destruyamos.



15 de abril de 2012

su pérdida elemental

Era el fuego de la noche o la ausencia de esos ojos penetrantes. Era la idea de no volver a verlo como antes, sin mesura ni disimulo. Era la sensación de haber clamado a gritos una pérdida que iba a desgarrarle el alma al amanecer. Quizá no supo manejar la situación. Quizá nunca supo lo que quiso. Era su indecisión lo que le perdía por caminos sin retorno, la que la dejaba a la deriva en valles plagados de remordimiento.
Era su aliento o nada más en esta vida. Eran infinitos días llorando sus kilómetros, y segundos cuestionándose su amor. Era la incertidumbre de un final aleatorio, del que ya no tenía un mínimo control.
Era su piel prieta bajo la camisa, su respiración irregular a las tres de la madrugada, sus besos rápidos a la salida de ese bar. Era su risa leve por la mañana. Era el pensamiento de una vida sin él o la tortura de su presencia. Litros de desesperación diluidos en frases cortas y directas formando surcos en su frente.
Era el reloj que no anticipaba la hora del fin de su delirio. Era no tener ni una sola seña. Era saber perfectamente dónde y cuándo encontrarlo, con la desesperación de pensar en sutiles reacciones de desamor.
Era de amor, y sin embargo era de miedo. Pánico. Terror. Angustia por una decisión que, afortunada y desgraciadamente, no era suya. Era de su sumatorio. De su adicción. De su perdición. Era el final.


14 de abril de 2012

Soy un problema

Es difícil comprender cuando tu cabeza se niega a asumir realidades. Es difícil tener que admitir ante todos los que te rodean, pero sobre todo ante ti mismo, que tienes un problema y que no sabes cómo salir del agujero negro en el que caíste hace ya tiempo. Siempre hay días claros, ilusorios, que parecen indicar que todo irá a mejor y que tan sólo es cuestión de tiempo que las cosas vuelvan a su lugar. Pero esos días son un espectro del deseo, y no conducen más que a la desesperación.
Es difícil darse cuenta de que el problema no son los demás sino tú mismo. Que tú eres la causa y el efecto en exclusiva. Que ya nadie puede mirarte a los ojos sin evitar pensar en lo que un día fuiste y en el deshecho en el que te has convertido, una mezcla de odio y compasión que ni tus propios ojos son capaces de disimular. 
Intentas darle un tiempo a tus pensamientos, para que se ordenen, se aclaren, fluyan hacia alguna salida.
Intentas pormenorizar esa sensación de fracaso y vacío espiritual que no te deja dormir por las noches y colapsa tus palabras. Intentas comprender en qué momento te abandonaste a un mundo macabro que ahora te hiere un poco cada segundo. Quieres encontrar una solución pero no la buscas, porque estás demasiado ocupado culpando a los demás de tu situación, demasiado obcecado tratando de apartarte de todos, para que dejen de echarte en cara que tienes un problema.
Es difícil aceptar la crítica de algo de lo que eres más que consciente, pero que duele, y que así, por encima de todo, cuesta aceptar, asumir, y tratar.
Es difícil pensar que tú solo no puedes seguir adelante, que necesitas a alguien, un brazo al que agarrarte y que no te deje volver a caer, es difícil porque ya es demasiado tarde, y todos los que te rodeaban, todos a los que algún día pudiste llegar a importar, ya se han cansado de verte destruirte. Sin aceptar un solo comentario, palabra o intento desesperado por advertirte de tu mal. Has conseguido quedarte en la más absoluta soledad con tu peor enemigo, contigo mismo, con la última persona con la que quieres juntarte pues sólo te aporta dolor y sufrimiento. Y al igual que tú mismo, todos se han cansado de salir mal parados con tus gritos y delirios.
Es difícil aullar desesperado palabras de auxilio desde el fondo de tu propio escondite de suciedad cuando has devastado todo y a todos los que te rodeaban y ya no hay más salida que esperar a la autodestrucción de ti mismo y de tu propio eje del mal. 
Es difícil.


11 de abril de 2012

vida del caos.





Mi vida, esa acumulación de episodios sucesivos acontecidos a lo largo de estos años. Meses, semanas, días, horas. Todos y cada uno de mis actos y pensamientos con sus respectivas consecuencias. Cada reflexión, cada momento de aprendizaje. Cada error, cada fracaso, cada borrachera, lágrima e instinto asesino. Cada éxito, cada risa, cada vuelco al corazón. Ahora caracterizada por la falta de cordura, yo que clamo por una nueva vida, yo que pido clemencia y comprensión, un punto de partida y volver a empezar. Yo misma me río de mi voluntad. Qué, si no la muerte va a acabar con unos días sucios que yo misma provoqué. Con esta mente autodestructiva que se ríe de mis logros, con esta compasión incoherente que me hace ser dura de palabra y tener la lágrima suelta. Hola, Caos asfixiante. Aquí sigues, donde yo te puse aquella tarde de Septiembre, pequeño como una almendra, hábil como una aplicación. Aquí te has quedado, creciendo día a día ante mi pasmosa mirada etílica, que ya fuera de control, se empeñaba en ahogar en tónica lo que no fui capaz de alimentar con amor. Piquetes que destruyeron los compartimentos de mi materia, dando rienda suelta a un flujo incontrolable de indecencia e incondición. Intento pensar que ya no sé quién soy, pero sé mejor que nadie que no hay persona capaz de conocerme mejor que yo. Irreales conversaciones bajo las sábanas, siendo mi única amante y provocando mi alucinación. Me siento a mi misma tal y como soy y me compadezco por la falta de autocompasión. Queramos ser alguien que no existe, busquemos vidas que nunca fueron creadas por nadie y alardeemos de una muerte anunciada. Abandonemos nuestro criterio a nuestro propio idilio del caos, que ya no hay ser capaz de salvarnos de nosotros mismos, pues no hay vida que se viva sin la voluntad de su propio creador.



18 de marzo de 2012

pesa el paso

Saltamos al vacío como quien no tiene la intención de regresar jamás. Ánimo alimentado por una pasión joven que nos mima y no nos deja vacilar ante el riesgo. Donde un inconveniente es la oportunidad de saltar por los aires. Furia que se crece ante el peligro. Apetito por lo incierto e impaciencia en los tobillos. Ganas de más. Más y mejor, más y peor. Más. Hambre de ciudades, de países, continentes, de trenes, aviones y autobuses. Retinas expectantes, cámara en mano, nada a la espalda y vida por delante. Un calendario lleno de tachones y cientos de folios por arrancar. Curiosidad. Sin límites a la profusión de nuestras horas. No hay tiempo de descuento cuando tus talones sufren la quietud de tu esqueleto y sólo hay fuerzas para pedalear otro tramo más de carretera. El partido es infinito cuando no sobrepasas la veintena y tu ánimo no flojea por más vendavales que le azoten o mareas que lo intenten ahogar. 
No hay voluntad de llegar a ningún final. 
No hay más obviedad que la de este tiempo que no cesa, esta vida que no amaina ni un segundo por quien se entretiene en el camino. Estos años que pronto empezarán a pesar a las espaldas, un peso del que ya no habrá manera de deshacerse.
No hay más verdad que la del universo en movimiento, aquel que sólo nos procura dos alternativas en su completa integridad. Dejarle huella a nuestro paso, o permitir que él deje una profunda o profusa huella en nuestros pasos. 




12 de marzo de 2012

lo cierto es que me abandonó

Algo quedó atravesado entre mis costillas en el momento en que te vi marchar. Una última esperanza batida por la desesperación. Los nervios encajados en los dedos de los pies y las comisuras de mis labios al borde del abismo. Un giro de tu cuerpo. Ciento ochenta grados que me hicieron caer en severa apatía. Frío acampó en mi espina dorsal. Tiempo se acurrucó entre mis arrugas. Pena resbaló hasta mi barbilla. Todo quedó así. Estático. Como si en ese momento lo único que moviera el mundo fueran tus palabras, y sin ellas no hubiera mecanismo humano que me hiciera reaccionar. No te quise detener. Ni siquiera quise de vuelta tu presencia. A veces un corazón contraído es más eficaz que la dilatación de un cretino exacerbado. Te quise fuera de mi. Pero tu partida me quebró en algún lugar. Algún lugar oculto para el resto de la humanidad, un pequeño pinchazo que me advierte sólo a mi del peligro de este mundo. 
Después de cinco años no hay razón para creer. No hay razón para reír. Pero ya tampoco la hay para llorar.
Sólo hay razones para seguir contemplando el mundo. Para seguir coleccionando instantáneas que consigan plasmar la belleza en su esencia única e inigualable. Para pensar que sólo nos tenemos a nosotros mismos. Razones para agradecerte que te marcharas de mi vida, haciéndome comprender que el dinamismo le da mil vueltas a tu rutina, y que jamás me volveré a ver arrastrada a un abismo sin paracaídas.
Buen viaje, certeza.




17 de febrero de 2012

Anti compasión

Es tan fácil. Es tan frágil. Capaz de acabar en un solo segundo con todo lo que nos costó decenios construir. Sol y sombra que bate un deseo consumible. 
Días húmedos que empapan los suspiros con lágrimas de autocompasión. 
Añoranza de una vida que nunca fue nuestra, que nunca fue de nadie más que de quien la repudió. 
Un problema que radica en la falta de voluntad y el exceso de pensamientos.
Un volante, un embrague que le guían por entre los árboles. No piensa en el recorrido. Su subconsciente le guía como un espíritu de madrugada. Dónde quedaron las horas cálidas de Mayo. Los pasos rápidos en Septiembre. La lluvia de Otoño. Ahora un frío árido congela sus mejillas mientras sigue conduciendo.
Pensando en una ciudad que no es la suya, una rutina que nunca llegó a conocer. Y su estupidez innata le hace sentir nostalgia por esa vida, que, piensa, alguien debe llevar al otro lado del mundo, en ese continente que le llama y no responde.
Alguien. Ese alguien en un mismo meridiano, vive entre suspiros por cambiar su abarrotada agenda por una vida tranquila entre unos árboles, durmiendo en ese coche destartalado que nunca amanece sin escarcha.

Vivimos entre errores que provocan una desdicha incierta. Un infierno interno que no ayuda a más que a sumirnos más hondo en la pasividad. ¿Por qué? Dónde nacen las aspiraciones y cuándo las abandonamos en la cuneta, desalentados por la espera y los golpes de certeza.
Nadie es más desdichado que quien así se califica a sí mismo. Infeliz por la autocompasión , por no sentir que desde la oscuridad no quedan más que colores pastel para pintar un futuro de profundidad.
Que la felicidad no es más que el sentimiento de respirar. Y de ahí, del uno, al infinito.



9 de enero de 2012

la costumbre de las lágrimas.

Se sienta a pensar en los largos años que le esperan en el mundo. En los días que ya han pasado por su piel. Sólo los dos acordes de "Philosopher" le estremecen el alma. No le gusta hablar de las lágrimas que se le escapan cuando nadie la ve, pero la pena la sacude de pies a cabeza y ya no hay escapatoria.
Su abuela solía decirle que llorara hasta desahogarse, que las lágrimas son pedacitos de lluvia que se quedan atrancados en las retinas y hasta que no los soltamos todos no podemos ver que ya es de día.
Por aquellos tiempos de pueblo y nocilla los chaparrones le asediaban muy a menudo. Una caída en el parque. Una pelea en el recreo. Un examen sorpresa. 
Se sonríe hacia dentro, para ella misma, mientras las primera gotas se precipitan desde sus pestañas. "No es más que agua salada, llora sin miedo", escucha en su cabeza, mientras recuerda todas aquellas veces en que el suelo de la cocina había albergado sus lágrimas y frustraciones.
No hay razón que la perturbe. No hay problema mayor que no pueda superar.No hay pelea, discusión. No hay amenaza, miedo o delito. Pero encuentra en el llanto el desahogo a esa opresión que, cuando se apagan las calles y se encienden las estrellas, no la deja respirar. 
Es la soledad. O la nostalgia. Quizás la incertidumbre. O las desgracias ajenas. Es el reloj. Los minutos que la traspasan lentamente. O demasiado rápido. Es la fugacidad. El tiempo. La vida.
Y mientras llena lagos salados, se pregunta qué hace ella aquí. Si esta vida es la que estaba planeada para ella. Si ha sido capaz de elegir tan torpemente su suerte. Si existe realmente la muerte.
Si alguien la echará en falta cuando mañana coja ese tren con destino incierto hacia ninguna parte.




29 de diciembre de 2011

la playa

Me sumerjo y me camuflo entre las pequeñas gotas que conforman este todo en mi bañera. Intento trasladar y cuerpo y mi mente a algún otro lugar, donde los rayos del sol filtran mis pesares y no hay más lamento que el de la brisa al atardecer. Quiero quedarme ahí. Intento con todas mis fuerzas permanecer bajo el agua en ese paraje sin horas ni monumentos. Pero me falta el aire y los músculos me fallan. Y llego a la superficie. No de esa playa en mi pensamiento. Llego a la superficie de todo lo que me llena por dentro. De este cuerpo colmado de indecisiones e inseguridades, e intento descifrar qué hay ahí abajo. En el fondo de mis miedos, de mi misma. Qué me hace nadar y nadar incesantemente sin saber hacia dónde dirigirme. Si es el miedo de anclarme al fondo, si es la prisa por llegar a la siguiente isla. Si es cosa de todos nosotros, lo de no poder permanecer estáticos por mucho tiempo.

Estoy nadando dentro de mi misma, en una playa paradisíaca, en un océano de interrogantes, en una vida que, por mucho que algunos piensen, no tiene principio ni final, en un mundo que ni siquiera sabemos si existe, o todo esto no es más que un sueño.


9 de diciembre de 2011

la pequeña esperanza.

me siento a escribir y me palpitan las sienes. los dedos se adormecen, los pies se me congelan. creo que hoy necesitaré más de dos infusiones para conciliar el sueño y un beso en la frente de los que hacen cosquillas al esfumarse. porque aunque me cubra con tres edredones y mi cuerpo parezca un ovillo de lana seca, el frío seguirá aquí. definiendo mis contornos, desarropándome el espíritu. un espíritu que ya no sufre de desasosiego porque te tiene cerca, pero no lo suficiente como para sentirse cobijado.
a día de hoy, la certeza de una firme necesidad es más que una realidad. es un hecho que sólo yo he podido desenmascarar. pero los sentimientos se transforman con la rapidez de un bostezo y la torpeza de un estornudo. ahora saltan chispas y mañana no alumbramos. y no hay precaución que valga para ello, más que disfrutar de los días cálidos como si efectivamente el mañana fuera a separarnos. 


15 de noviembre de 2011

algo de pasión


algo en su mirada me ofreció la pista irrefutable de catástrofe palpable. 
algo en sus palabras me hizo pensar que la perdía, que ella se desvanecía entre las sombras de lo que un día fue su gran reinado y no había modo de salvarla de su propia quema. 
ardían las llamas de lo que un día fue su fuego interno, su pasión por las pasiones más mundanas, su propia luz. 
el resplandor de sus pupilas me llevó al peor presentimiento y no pude evitar el rubor por mi impotencia, la lluvia de lágrimas salinas precipitándose hacia mis mejillas, fundiéndose con mis colores, descubriendo mi vulnerabilidad, mi miedo, mi dependencia por esa pequeña mujer con huesos de cristal y tacto de hojalata.
lágrima a lágrima se inundaba mi esperanza. 
lágrima a lágrima, canalizada hacia el humor de su perdición. 
lágrima a lágrima empezó a apagarse el fuego que me la robaba. el calor que nos separaba; y cuando las cenizas se esparcieron por el aire, yo corrí a apretarla entre mis brazos, a inhalar su olor a lluvia seca, a  calmar su desazón. 
y entonces me di cuenta de que no era el miedo, sino todo el amor que nos unía, el que había roto el dique de mis apariencias y había obrado lo que nada más que un alma triste podía imaginar como un final alternativo.




10 de noviembre de 2011

separación número tres

Me habría gustado despedirme de él en condiciones. Como esas madres de pueblo que lloran desconsoladamente la partida de sus hijos a la ciudad en busca de prosperidad y formación. Un llanto de añoranza y orgullo, acompañado de cientos de tuppers con los más suculentos platos caseros, cajas cargadas de edredones y cojines, y unos cuantos billetes para imprevistos o emergencias.
Me habría gustado derramar unas lágrimas de desconsuelo mientras se daba la vuelta y subía los tres peldaños que separaban nuestra vida en común de un futuro incierto. Habría querido tener tiempo de llenarle cientos de cajas de besos variados, y dibujarle unos cuantos abrazos en un libro de recetas, pero el tiempo y la urgencia sólo me alcanzaron para meterle algunos en los bolsillos del abrigo y pintarrajear otros pocos sobre sus mejillas. Habría deseado tener dinero para comprarle al menos un billete de vuelta, en caso de emergencia, por si nuestro amor se quebrantaba hasta el punto que sólo un abrazo de elefante pudiera volver a sellar los días azules. Pero todo ocurrió tan súbitamente, que una espiral de impaciencia se instaló en lo más profundo de mi garganta y mis deseos no alcanzaron a escapar de las palabras. Mi mueca se torció levemente, y ya no fui capaz de desfruncir mis labios, ni tan siquiera un sorbo del café más amargo del bar de la estación consiguió hacerme entrar en consciencia. 
Él habría de pensar en mi venganza por su abandono esporádico e intempestivo, una silenciosa agresión sentimental por romper el vínculo que nos unía a menos de tres kilómetros de distancia.
Pero lo cierto es que no hubo nada más allá que tristeza en mi gesto impasible, amor incondicional en mi seriedad, eterna espera en mi mirada.
Y aunque aún yo no lo supiera, pronto esos tres kilómetros transformados en peldaños tardarían más de tres años en volvernos a reunir.



8 de noviembre de 2011

verdades a voces


abstraída en este repentino equilibrio que mi universo parece alcanzar. rito cotidiano carente de malicia o intención turbia y desatada. costumbre impuesta a perturbaciones cíclicas vitales, alteraciones esporádicas de personalidad, inconformismos gratuitos. ya no se manifiestan dichas argucias. mi intelecto ha cesado en su lucha contra mi pluriactitud desaforada. todo el desequilibrio que me caracteriza, que me inspira, que inunda mis párpados y humedece mis mejillas, que me hace sentir viva e indignada. se ha esfumado. 
qué hacer ahora con este inherente inconformismo que me grita desde lo más profundo que necesito un traspiés, una desgracia, un vuelco de espíritu y estadio. que necesito algo que me recuerde que sigo viva y luchando contra mi misma. yo misma contra el resto del mundo. que soy un todo polivalente.

y bien, me dispongo a abrir la caja de Pandora una vez más, sin preaviso pero en plena deliberación, y esta vez no me veré colapsada por el miedo, inmersa en burdas creencias paganas. 
por una vez abriré el ánfora que contiene todas nuestras banalidades desde la perspectiva de la contribución social. ya no por propia desesperación, sino por la necesidad de desentrañar los más oscuros secretos del inconformismo característico de la raza humana. las razones por las cuales no nos hace felices todo aquello que deseamos sino aquello que podemos llegar a valorar desde la perspectiva de la etérea dicha dominante.
por una vez no me veo en la necesidad de desahogar mi angustia en un mal mayor. egoísmos mundanos aparte.
lo único que necesito es comprender por qué, en este mismo instante de mi vida, rodeada de todo de lo que llevo una larga temporada disfrutando, me encuentro bien, estoy agusto, me defino en el rumbo adecuado, concilio el sueño  habitualmente, soy feliz. Por qué ahora. por qué no hace un año cuando estaba exactamente en el mismo punto. por qué no podemos ser felices cuando nos lo proponemos sino cuando nuestras propias hormonas así lo deciden. por qué no puedo garantizar que, ceteris paribus, mi felicidad no se esfumará como el humo de un cigarrillo de entre los labios de aquel que deja de fumar en unas semanas.
por qué la felicidad no es una elección propia sino implícita. por qué la realidad me azota en los momentos de mayor plenitud, colocándome al borde del abismo de la autosuperación y la desdicha.

porque lo único coherente que alcanzo a interpretar de todo esto, es que los humanos somos profundamente gilipollas.



7 de noviembre de 2011

una casuística preferencia

dos viernes al mes, ansiaba disiparse entre el gentío, sentir sus cuerpos cálidos azotando su soledad y sus alientos veloces recorriendo su tristeza. 
apenas dos veces al mes recorría las calles de ese pequeño mercado buscando entre las sombras un alma que consiguiera completar el vacío que le contraía el corazón y le apagaba la ilusión desde que ella partió rumbo a las montañas. 
puede que esa fuera la razón de su odio consumado a todo tipo de promontorio, de su vértigo, de su miedo a las alturas. puede que los vientos fríos le revolvieran los recuerdos, y por ello necesitara el cobijo de almas errantes los viernes de partida, de pérdida y separación.
puede que fuera el desarraigo que ella causó en sus sentidos, ese aturdimiento inesperado, ese golpe de desgracia. puede que fuera la desesperanza de pensar en todo lo que un día tuvo entre sus dedos, todo aquello que de un día para el siguiente tornó tosco e incierto y se volvió espeso como el humo de medianoche.
puede que, simplemente, ella se marchara con todo el amor que un día él fue capaz de promulgar, y más que quebrado por la pérdida de su propia proyección, cayó ahogado en el vacío más inmenso que jamás pudo imaginar. un abismo donde su soledad sin desgracia no era nada comparada con esa cruel eternidad sin volver a ver sus ojos. 
toda la reticencia que su innata desconfianza le había inculcado, acabó jactándose de su debilidad, recordándole el craso error que cometió abriéndose ante una completa desconocida, permitiendo que la palabra dependencia se abriera paso en su vocabulario.
teórico arrepentimiento que jamás llegó a cruzar sus pensamientos, pues hasta donde su espíritu alcanzaba a ponderar, todo el amor que ella le prestó sería suficiente para sobrevivir los días de lluvia sin paraguas y no vivir con la infranqueable duda de haber conocido al amor de todas sus vidas. un amor que le cosió las pestañas de debilidad e hizo crecer en sus palabras un halo de equilibrio, una escapatoria a los días grises que su personalidad sombría había labrado irremediablemente por su cuenta.





pues el dolor abrió puertas y moderó tempestades. rompió miedos y prejuicios, le hizo caer en pensamientos constructivos, y convirtió su espíritu en algo digno de vida y reencarnación, más allá de la unitaria soledad a la que él mismo se había desterrado por mecánica.


Asunción

Quisiera no pensar que ya olvidé la causalidad de mi vehemencia, largo encadenamiento de un suplicio incoherente y desaforado. Un ímpetu expuesto a efectos incandescentes que no me veo en condiciones de asumir. He de creer que mis actos ya se desprendieron de mi cordura, de mi lógica inquieta y dominante. Que un pequeño germen madura en mi interior adulterando los resultados cohibidos de un alma impura.
Pero para sernos francos, conozco mi modus operandi, un know-how no digno de mención intergeneracional, así que no fantasearé con la superación de algo de lo que no puedo desprenderme y que me pertenece, para bien o para mal. El único acierto que alcanzo a arraigar en mis entrañas, es aquel de haberme sabido rodear de entes antiadherentes que asumen un fracaso como bache anticipado y no se dejan arrastrar por la fugacidad de una noche turbia y desenfocada. 


2 de noviembre de 2011

carne trémula viviente

Hoy me pregunto cuántas vidas nos quedan por delante. Cuántas vidas se necesitan para conseguir acceder a la claridad del equilibrio dinámico existencial. Cuántas veces hemos de descender rodando por la montaña de nuestras debilidades y carencias, cuántas hemos de intentar detener la hemorragia de nuestras heridas cambiantes. Cuántas hemos de caer rendidos ante nuestro propio remordimiento, cobijados por el calor de nuestra soledad, para comprender que "no hay nada más que nada, más allá de todo" lo que podemos desear.
Aún hoy me pregunto cuándo empezaremos a comprender que la fugacidad de nuestros días motiva la intensidad de nuestras creencias. Cuándo intentaremos dejar de potenciar la longevidad de algo que surgió para ser etéreo y circunstancial, para no ser más importante que cualquier otro miembro del mismo conjunto equivalente. La relatividad de nuestra mente nos traiciona, nos vuelve infelices y nos da razones para idear universos paralelos donde no se sufre y el alcohol nunca se acaba. Condiciones infrahumanas para carne trémula viviente. Ilógicas resoluciones disfrazadas de teorías relevantes. Me pregunto cuántas más generaciones de ingenuos crédulos han de suceder para dar con la solución a la eterna duda de la humanidad, sobre quién demonios somos, y por qué nos creemos tan importantes como para hacer lo que nos de la gana con todo lo que encontramos a nuestro paso.
Hoy me pregunto, cuándo nos daremos cuenta de que la vida es demasiado corta como para sumirnos en desdichas desafortunadas, y demasiado dura como para hacerle la existencia más difícil a cualquier otro.


31 de octubre de 2011

de un tiempo a acá

se me han acabado los adjetivos que describen tu apariencia. me he quedado sin motivos para escribir las bondades de tus dedos y la calma de tu experiencia. solía pasar noches en vela fantaseando con vidas paralelas, transitorias, divergentes y aceleradas. solía confundir mis pensamientos con la causa de tus debilidades y la fuerza de tus hazañas. solía acabar perdida en callejones solitarios, allá donde los radios de mi bicicleta me permitieran hacer parada de recambio, con almas errantes cruzando las aceras y los pies fríos pedaleando hacia tu recuerdo. eran tiempos de casa y marea, de viento y aviones de papel. tiempos de cruzar continentes jugando al escondite. ahora me basta con conducir tres kilómetros de memoria y pulsar un botón plateado para tenerte frente a frente. carente de urgencia, fuera de mando.
solía creer que cuando se acabaran nuestros juegos moriría la pasión que enciende mi sonrisa las mañanas que amanezco entre tus brazos. solía creer que la monotonía se colaría en los fogones para hervir nuestra paciencia, diluir nuestra presencia y acabar con el presente. pero me ha crecido una perspectiva en las pestañas que me hace apoderarme de todas las visiones de futuro. un optimismo renovado que se cuela en mi vocabulario y no me permite más que recordarte que solo me quedan pupilas para tus besos y una maraña de ropa esperando a que la empaques hacia cualquier rincón del mundo, volviendo a las tinieblas de la compañía nocturna, sabiendo que nada más que contigo se puede jugar a ser el rey del mundo.


24 de octubre de 2011

viejas costumbres

Solía acurrucarme entre sus huesos y no pensar demasiado en el futuro. Largo letargo de corazones fríos. Atrapados en un fuerte de sábanas amarillas, dejábamos pasar las horas entre las persianas hasta que la piel se nos dibujara entre sonrisas.
Solía conformarme con el perfume de su pelo los días de lluvia, o sus manos cálidas de madrugada, pero nada superaba los límites de mi imaginación cuando se acababan las palabras. Era como asistir a un espectáculo divergente que cada día elevaba mi ánimo hasta el infinito o lo hundía bajo los peldaños de nuestra relación.
Creo que siempre fue problema mío. Un don natural para la tragedia humana, una alegoría al entusiasmo embriagador; a una escala prácticamente imposible de determinar.
Solía meterse en mi jersey y no salir de él hasta que la urgencia le mordía con llamadas desafortunadas. Entonces yo salía a la caza y captura de mi furia, con el fin de apedrear cualquier viandante que se cruzara por mi lado. Mentalmente, claro. Pero mi violencia era tal que yo misma me asombraba de mi supervivencia social. Agudos gritos, ahogo vital. Solía hundirme en este pozo de tal modo que sólo sus brazos acertaban a llegar en el momento oportuno, y enjugaban mis lágrimas con la paciencia de quién nunca dejó de estar ahí. La presencia de unos huesos que sustentaban mi desequilibrio, y eran fuente de demencia psicótica cada víspera dominical.


21 de octubre de 2011

este rumbo incierto

Todos mis músculos entumecidos. Colapsados por el pánico que provoca el simple hecho de pensar en la obsesión del universo; esa generalizada obsesión por tomar las decisiones más constructivas y tener todo bajo control.
La dichosa costumbre extendida de escoger caminos que nos lleven a algún punto, estado, alguna situación.
Paralizada en medio de una ruta sin destino cierto; paralizada por mi propia voluntad.
Paralizada por que escogí esta carretera sin la menor intención de recorrerla entera, de inicio a fin.
Porque estaba -y aún lo sigo estando- dispuesta a recorrer estos kilómetros con la incógnita de no saber hacia dónde me llevan. Sumida en mis pensamientos, que no se atreven a alejarse más de tres pasos de mi cuerpo, que me ruegan que vuelva cierta la fantasía y nunca deje de no escoger.
Paralizada en este dinámico movimiento que me hace sumar -aunque no se si avanzar- vivencias en el cuentakilómetros.
Yo la certeza se la dejo a los realistas.

2 de septiembre de 2011

abandono compulsivo

Puede que fueran sus huesos cansados y doloridos que tiraban de su alma y la arrastraban hacia un abismo inesperado. Puede que fuera la vorágine de sentimientos alterando su seguridad. El cambio, el miedo a la estabilidad. 
Se había acostumbrado a encajar todas sus pertenencias en esa pesada mochila de mano. Se había hecho a abandonar lo prescindible al final de cada tramo, a desprenderse de lo que un día le fue útil en cada estación. Todos esos libros releídos y subrayados, esos jerseys agujereados que ya no resguardaban más del frío. Aquel paraguas raído, aquellos zapatos con las suelas desgastadas. Poco a poco todo lo que tenía necesitaba ser repuesto. Para empezar con buen pie la nueva etapa, para pasar de temporada a temporada con la ligereza necesaria. 
Pensó en esa pequeña regla propia, universal. Y decidió abandonar la idea de lo imprescindible para nunca jamás tener que lamentar ninguna pérdida.
Así, sin darle mayor importancia, extrapoló esa pequeña idea a cada aspecto de su vida, a cada momento pasajero, a cada sentimiento oculto.
No era independencia. Más bien rechazo al lamento y sufrimiento, erradicando de raíz lo que consideraba que algún día podría traerle desdichas.
Pero lamentablemente no hay verdades universales. Ni bondad en los extremos. Y tanta prescindencia absoluta la atrapó por completo, y cuando quiso darse cuenta, ya se había abandonado a sí misma, a sí misma y a todos los que un día dieron un centavo por ella. 
Quedando esparcidas por el camino las bonitas historias que en los días de carisma le enseñaron a amar todo en este mundo, pero nada ni a nadie en particular.


27 de agosto de 2011

inevitable debilidad

se ha debilitado. todo lo que ayer me dio la fuerza para patear la mediocridad del día a día.
sube por mi garganta, a mis lagrimales, desde lo profundo del estómago, de mis sentimientos asentados con firmeza. desgarra mis mejillas, contrae mis labios y nubla mi vista. me aterra. el pánico de las imágenes que sobrevuelan mis retinas para no quedarse, para desvirtuar lo idealizado de otra vida divergente.
visión retrospectiva. carretera de única dirección que me impide volver, que me tortura con una única panorámica, un idilio que se desvanece con los kilómetros sin marcha atrás.
se debilita. se debilita mi voluntad de un último esfuerzo por descubrir el desenlace de esta tragedia.
puede que haya concluido. etapa tras etapa que conforme eternidades.
indiferencia donde hubo preferencia. prescindo de veladas que nublaban mis sentidos tiempo atrás.
trato de encontrarte donde antes, como siempre, anclado a mi memoria. pero en apariencia poco queda del motor de las pasiones.de las lágrimas derramadas en nuestras solitarias travesías. de los besos guardados bajo llave en nuestra epidermis.
se ha debilitado. pierde su color y desvanece en urgentes encuentros y rápidas despedidas. aunque aún no conciba la fugacidad de todo esto. aunque me niegue a mirar lo que la evidencia cuelga en mis pestañas.
es mi incondicionalidad. mi deseo. mis ganas de seguir adelante con esto, tras esfuerzos sobrehumanos, tras dolorosas separaciones, tras billetes comprados y aviones tomados.
se ha debilitado.
me he debilitado.
y no quiero caer en picado.

20 de agosto de 2011

suicidio unitario

y si creo fervientemente en la estructura estática de las personalidades. los ciclos cambiantes de las decisiones. la impredecibilidad del mañana. 
he originado un caos en mi subconsciente. al mezclar conceptos. al intentar adivinar el objetivo de las reencarnaciones. elevarse en la escala social. mejorar. 
la mejora implica cambio. el cambio no es factible más allá de la acumulación de errores y vivencias. la mejora es experiencia mas no cambio súbito. 
pero con el formateo mental del nuevo nacimiento, no volvemos acaso a partir desde cero. a partir desde nosotros mismos, desde nuestra naturaleza inherente, es decir, al mismo punto equívoco, a la escala social anterior, anterior y por subsiguiente ulterior. 
no es acaso inútil empezar de cero algo que ya habíamos logrado con esfuerzo y propias torturas erróneas.
más que inútil, no es acaso algo agotador.
y si mi cerebro, agotado, ya no recuerda mis vidas pasadas, estoy acaso ahora cometiendo exactamente los mismos errores que mis yo del pasado. o acaso es un futuro totalmente aleatorio, y cada vez que mi alma inicia desde cero nace algo absolutamente diferente condicionado por mi especia, raza, género, ambiente, clima y entorno.
o acaso la energía es otro de estos engaños globalizados que nos hacen pensar en una posibilidad de redención, y no somos más que carne trémula avocada a la putrefacción sin mayor trascendencia que el ciclo vital de la naturaleza.
la falta de signos de interrogación indica el determinismo de mi lógico planteamiento.
me dispongo a suicidarme, a ver si saco algo en claro.


15 de agosto de 2011

invasión contraproducente

ya me ha entrado esa nostalgia eterna. la de pensar que algún día no te tuve. la de creer que poco a poco infravaloro la inmensidad de este sentimiento.
me ha invadido la pena de los minutos lejos de ti. de esos momentos juntos pero con murallas invisibles dividiendo nuestro imperio.
me ha golpeado una realidad candente que he estado pasando desapercibida por algún tiempo. que estupidez. tener todo aquello que has deseado e inconformarte por nimiedades.
el hecho de haber cruzado miles de kilómetros por ti, y alejarme a la misma velocidad con que mi espíritu te quiso encontrar.
esa es la nostalgia que me sacude de pies a cabeza, la de los momentos en que te añoré más que a mi vida entera, la de las ganas locas de obviar todo por ti. porque ahora que te vuelvo a tener a centímetros de distancia, no he calibrado bien el tiro, y mientras disparo, al aire, hiero no sólo estos momentos, sino los de un futuro no tan cercano.
te vuelvo a querer más cerca que de costumbre. te vuelvo a tener a un paso de distancia. te vuelvo a dar la espalda resuelta en ridículas obsesiones. 
y otra vez, deshecha en arrepentimientos que no son más que buenas intenciones, te cambio esta resignación por unas horas juntos. pero de las de antes. las que se alejan de la trivialidad cotidiana y convierten nuestras vidas en un cúmulo de sonrisas y patadas al calendario.
de las que destruyen palabras y ensordecen formalidades.
de las que nos pertenecen por derecho.
trato hecho.





9 de agosto de 2011

el infinito abarca todo




aquella mañana desperté con el sonido del romper de las olas. el mar amaneció calmo y luminoso, cubierto por una capa de destellos mineralizados. arena enredada entre los dedos. sal en las costillas. sudor frío recorriendo la columna. 
quise entender cómo llegué a la costa. en qué momento caí rendida al suplicio nocturno y me sumí en ese sueño inquieto de tempestades trasatlánticas. quise correr hacia la profundidad de la marea y de mis dudas.
volteé la mirada. hacia el mar. hacia tierra firme. a ambos costados. 
no encontré presencia alguna que perturbara mis sentidos. 
me arrastré entre suspiros a la orilla, y como hechizada por un cantar hipnótico, introduje mis dedos en el agua temprana. más tarde mis rodillas. 
cuando quise darme cuenta, aparecí flotando en puro azul aguamarina. 
enjugando mi sudor y mis preguntas. agotando mi calor.

aquella mañana, desperté por segunda vez entre sábanas frías y un ukelele en mis oídos.
paralizada por el blanco y el olor a arena húmeda que me rodeaba.
aquella mañana entendí que hace ya algún tiempo que mi subconsciente abandonó la tierra firme para sumergirse en la inestabilidad marina. en un rumbo acuático. paradero submarino. 
en una vida incierta que limita su predictibilidad.
donde el único punto de referencia se ciñe a esa luz idílica que aparece en el horizonte en las noches más turbias, en los días menos claros.
un camino que abarca la inmensidad del infinito. cuyo abanico de posibilidades pulveriza las puertas y ventanas, y como una explosión de potencialidad, arrasa con cualquier obstáculo.
el todo por la opción.
y ningún punto fijo al que agarrarse.

8 de agosto de 2011

lo mejor de su parte

encerrado en un gran abismo. rodeado por mil valles enverdecidos. sin carreteras de vuelta a ningún lugar, con una caravana averiada. sin esperanza ni compañía que le respalde. con cientos de preguntas atormentadoras. que martillean sus sienes al son del arrepentimiento. de la duda. de la incertidumbre.
uno de estos tipos con una moral demasiado férrea como para que un mínimo instinto egoísta se les pase por la cabeza. de los que sacrificarían todas sus voluntades por el bien menor, el bien ajeno, el bien común.
pensó que su inestable modo de vida no la alentaría a salir adelante, a luchar por sus sueños, a ser independiente. pensó que a su lado ella nunca podría llegar a ser tan grande como una vez soñó y se acabaría convirtiendo en la sombra de sus anhelos, en la mujer refugiada en sus principios sin carisma.
pensó que sólo podría ser ella sin él, y arrancándose del pecho todos los nudos que atrapaban su garganta la abandonó. sin previo aviso ni concienciación a la supervivencia. sin mediar palabra de consuelo o argumento lógico o racional.
y al mismo tiempo que la abandonaba a ella. abandonaba todo aquello que él siempre había soñado, todo lo que él sin inclinación por admitirlo, había necesitado para llevar una vida que relajara sus neuronas y le permitiera ser feliz. estaba abandonándolos a su suerte, a ella y a su propia persona, de un modo tan retorcidamente lógico que ningún guionista habría podido rechazar.

1 de julio de 2011

había algo en el ambiente de ese lugar que no le dejaba respirar con suficiencia. no era humo, ni polvo. no eran olores extraños ni penetrantes. era la sensación de dependencia que le creaban esas paredes de madera y esos suelos ennegrecidos. dependencia por la protección que le hacían sentir, por lo mucho que deseaba zambullirse bajo esas mantas y no salir en días. 
por el ansia de soledad y apacibilidad imperturbable que le transmitían. 
tras esos muros de viento apenas cambiaban las cosas. la ciudad seguía sumida en la tranquilidad y los vecinos imperturbables continuaban sus quehaceres cotidianos. pero ella se asfixiaba con tanta rutina e inamovilidad activa.
si nada iba a cambiar, que menos que el reloj se detuviera, que menos que no sentir que sus días pasaban sin sentido alguno, sin objeto determinado, sin lucro, sin fin, sin motivo.
era todo o nada, y a la hora de la verdad la decisión le quedaba holgada a su soledad.
sabía que lo echaría de menos. 
los ruidos. los olores. el frío.
la calle, la gente, la vida.
sabía que dentro de unos meses se vería impotente sumida en una nostalgia repentina. por aquello que no fue más que una burbuja en el tiempo. un paréntesis en la vorágine de desenfreno.
un respiro a su alma y su tormento. un descanso a la urgencia de sus días y calendarios.
sabía que lloraría.
pero a veces unas lágrimas palian mejor que cualquier otro remedio el tormento reprimido de una vida de impaciencia.



23 de junio de 2011

jodida mediocridad

he perdido la certeza, esa que te indica el norte de tus pensamientos, el origen de tus acciones.
he perdido la certeza de camino a casa, debe haberse caído al abrir el bolso o al sacar la cartera. debo haberla olvidado sobre la mesa de aquel bar, el que pasaba canciones de folk y servía tragos calientes.
o puede que mi subconsciente haya decidido que ya estaba bien de certeza, de fallar a una creencia, de no seguir a unos instintos de supervivencia básicos.
puede que me haya hartado de algo racional que no encaja dentro de mi. que se pierde entre el resto de mis impulsos. que no cabe en este pecho vacío de orgullo.
la certeza.
ya no estoy en lo cierto cuando digo que quiero lo que quiero. ya no estoy en lo cierto cuando quiero convencerme de que estoy haciendo lo que necesito.
puede que lo que perdiera, mucho antes de la certeza, fueran las fuerzas para soltar sin pelos en la lengua que estoy harta del autocontrol.
puede que siempre haya odiado esa repudiada certeza que encaja tus actos dentro de convenciones regulares.
no. quiero de vuelta la persecución de mis instintos. el tiovivo de la intranqulidad. la incertidumbre, los vuelcos de corazón. quiero no saber, intrigarme, buscar sin encontrar.
quiero volver al epicentro de la esencia. las idas y venidas del espíritu. quiero volver a ser yo, yo, yo misma y transeúntes desautorizados. basta de mediocridad.

9 de junio de 2011

zozobra

una abrumadora sensación de desconsuelo y un par de lágrimas sobre la frente. de estas bochornosas apatías que te azotan a la mañana temprano y perturban tus jornadas, de la primera a la última hora de un introspectivo día destructivo. 
sin razón aparente, con tanta justificación que miedo da pensarlo, son momentos de incertidumbre, cuando tus sentimientos desgarran tus pulmones y salen de tu cuerpo de la peor manera existente.
empiezas pensando en todas aquellas cosas pendientes, en un mísero significado de tu vida actual, en un futuro poco palpable. adelantas la nostalgia que sentirás en unos meses por aquello que está pasando a tu lado, o a través de ti, y vives en una zozobra de temporadas que trastoca tus cálculos y tu calendario.
quizás deberías estar aprovechando tu vitalidad actual, exprimiendo una vivencia que, según tu yo presente, tu yo futuro extrañará sobremanera, y que tu yo pasado aguardó con impaciencia.
pero nada consigue hacerte salir de esas sábanas, frías como témpanos.
nada te permite apagar esta lúgubre sintonía que te empeñas en escuchar, una y otra vez, de letras que apagarían hasta las ganas de sexo.
quizás no sea nada, sólo que hay días, inevitables e imprevistos, en que nos empeñamos en la invocación a una depresión palpable e inminente. y si todos nuestros sentidos se esfuerzan en que llegue, ésta no tardará mucho en desatarse.
afortunadamente, como todos esos maquiavélicos atentados contra nosotros mismos, lo aparente se cae por su propio peso y another sunny day nos azota con sus rayos solares y sus pájaros sinfónicos. puede que mañana, puede que dentro de tres días y 5 horas, pero me empeñaré en defender que desde el fondo siempre se vislumbra la aurora de una autosuperación.


6 de junio de 2011

qué

las palabras salían desbocadas de mis labios, los rozaban y escapaban con apremio rumbo a tus oídos, con más intenciones que verdades, con menos cordura que ingenio, y golpeaban tus tímpanos con violencia, acallando tus miradas, traduciendo tus retinas en incredulidad cierta, palpable. 
las mías observaban, registraban tus reacciones, como si todos mis sentidos hubieran planeado una descoordinación digna de un largometrajo de los Marx. como una máquina creada y específicamente diseñada para destruir cualquier ácimo de comprensión que quedara en tu organismo por mi alma.
alma, curioso concepto para un ente dedicado a sofocar pasiones y destruir compasiones. 
poco merecidas y altamente inflamables, susurran tus pestañas, calma, o quizá resignación. susurran que se apaguen mis ultrasonidos irrisorios y se larguen a otra parte. 
me he quedado, nos hemos quedado a solas. un mal incierto al que atenernos sin premura. porque después de la soledad y la devastación, sólo quedan pasos que se alejan del páramo de la inutilidad, y toditos van rumbo a un futuro, el que sea, algo diferente, algo menos destructivo, el mal menor del fin del mundo.


20 de mayo de 2011

ahora, donde sea

tantos deseos de libertad de expresión, de libertad de pensamiento, de libre movilidad. de nutrir nuestras mentes y nuestros corazones, de viajar, de experimentar, de ver el mundo. este mundo que nosotros estamos quebrantando, no directamente, o quizá sí, con nuestras permisiones a la basura de principios que promueven la sociedad actual. en europa, donde he vivido la mayor parte de mis días. aquí, en argentina, donde puedo remarcar algunas de estas conclusiones. pero no hace falta viajar a todos los rincones del mundo para saber que difícilmente alguna sociedad pueda tener un mínimo de decencia. bueno, no culpemos a la sociedad en su conjunto. al fin y al cabo, la sociedad somos tú y yo, el pueblo, cada uno de los que componemos este entramado de relaciones complejas. 
lo que sea, vivimos aletargados en un mundo donde las comodidades relativas nos impiden actuar con mayor coherencia, cordura, o riesgo. vivimos esperando a que nos lancen todo aquello que queremos o necesitamos, pero no moveremos un dedo más del necesario para conseguirlo. hay gente que vive sin más visión de futuro que un día a día. sin más preocupación que la elección del almuerzo, sin mayores deseos que los sexuales al llegar a casa. y qué somos, ¿animales irracionales consumidos por nuestros instintos básicos? ¿qué pasa ahora con Maslow y su maldita pirámide? ¿todos nos quedamos en el primer escalón?
afortunadamente no todos, pero unos pocos no cambiarán la mente de la inmensa mayoría, la mayoría que vive en su liviana opresión subliminal, la mayoría que reza para no ir al infierno y paga sus impuestos para no ir a la cárcel, pero nunca llegó a cuestionarse si algún motivo no le impide el absentismo en estas "obligaciones". joder, alguien tendrá que sentir la tentación de cambiar todo, alguien será capaz de ver que esto no está bien, no son comodidades, que más del 14% de la población mundial vive en la pobreza extrema, que lo de tener mente es por algo, que hay ideas que no son tan retorcidas como nos parecen a priori. algunos tendrán la base pero quizás no la esperanza. un puño contra el gran muro de hormigón que es este sistema no hará nada, no hay punto de objeción. pero miles de puños serán capaces de armar una grieta mínimamente extensa como para alarmar al sistema. y aunque no sea así, con que esta fuerza golpee y repercuta en las conciencias del resto de los ciudadanos, habrá bastado para hacerles ver que hay opción, que hay remedio, y que no estamos solos.

16 de mayo de 2011

en blanco y negro

algo frío como la nieve que nos rodeaba me traspasaba la epidermis y me erizaba las costillas. el humo de ese lugar, dulce y espeso, me nublaba la vista y los sentidos. sahumerio paralizante. quería abandonarme al paso del huracán pero sabía que no debía, no debía seguir tan profusamente a mis instintos sin pararme a valorar la situación. no había luz suficiente como para ver a más de medio metro, oía voces, gritos, nada más que un murmullo atorado en mis oídos. 
blanco y negro, una escena sepia en mi cabeza y una música de fondo, la Nouvelle Vague y mi noche con Maud rodando en mi subconsciente. sus ojos verdes, o violetas. era un color con v pero no alcanzo a darle forma, claro, en blanco y negro. pero da igual. no eran sus ojos los que estaban en mi punto de mira. sus labios, sus labios rojos, o rosados, o como quiera que fueran, que bebían y bebían de mi vino y mis historias, que rozaban mis pestañas, que hipnotizaban.
horas de alucinógenos y kilómetros de mujer. la droga o sus susurros. ya no sé qué me paralizaba más, qué me empujaba al vacío en su plenitud, qué me hacía dar vueltas a mi mente con las pupilas.
más frío. frío negro, frío oscuro.

blanco, blanco puro, blanco luminoso.
puede que cien orgasmos ocurrieran esa noche.
puede que mil palabras o millones de silencios.
el calor de la mañana ya cubría todo, ya derretía nuestros polos, ya me despertaba en la realidad. 
solo. mi día sin Maud, ella ya no estaba. apenas quedaban lagunas derretidas, catarsis mental, shock neurálgico. lamentos de soledad. ser un hombre atormentado que no necesita a una mujer.
encontrar a la mujer de sus sueños. ser tan cobarde como para no admitir un sentimiento. lidiar con el fracaso de ser un hombre atormentado que ha perdido a la mujer de los fotogramas de colores. volver al blanco y negro.

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