1 de julio de 2011

había algo en el ambiente de ese lugar que no le dejaba respirar con suficiencia. no era humo, ni polvo. no eran olores extraños ni penetrantes. era la sensación de dependencia que le creaban esas paredes de madera y esos suelos ennegrecidos. dependencia por la protección que le hacían sentir, por lo mucho que deseaba zambullirse bajo esas mantas y no salir en días. 
por el ansia de soledad y apacibilidad imperturbable que le transmitían. 
tras esos muros de viento apenas cambiaban las cosas. la ciudad seguía sumida en la tranquilidad y los vecinos imperturbables continuaban sus quehaceres cotidianos. pero ella se asfixiaba con tanta rutina e inamovilidad activa.
si nada iba a cambiar, que menos que el reloj se detuviera, que menos que no sentir que sus días pasaban sin sentido alguno, sin objeto determinado, sin lucro, sin fin, sin motivo.
era todo o nada, y a la hora de la verdad la decisión le quedaba holgada a su soledad.
sabía que lo echaría de menos. 
los ruidos. los olores. el frío.
la calle, la gente, la vida.
sabía que dentro de unos meses se vería impotente sumida en una nostalgia repentina. por aquello que no fue más que una burbuja en el tiempo. un paréntesis en la vorágine de desenfreno.
un respiro a su alma y su tormento. un descanso a la urgencia de sus días y calendarios.
sabía que lloraría.
pero a veces unas lágrimas palian mejor que cualquier otro remedio el tormento reprimido de una vida de impaciencia.



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