18 de abril de 2011

divino tesoro

Se propuso dar rienda suelta a sus sentimientos y ofrecerle un amor de manual. De esos amores de los libros de Shakespeare, de los que destrozan destinos y provocan tempestades. Los que rompen barreras y pronósticos, los que cruzan fronteras e impedimentos. Pensó que ella se merecía eso y más, un amor de los más grandes escritos, una pasión que conmoviera a la humanidad y provocara desalientos. Y, resuelto en sus movimientos, inició su camino hacia el épico desenlace de los días sombríos, las noches estrelladas y los corceles alados. Habría sido una conmovedora empresa de no ser porque ella, una mujer corriente, una chica resuelta y ocupada, no ansiaba dicho amor isabelino. No quería grandes contiendas ni duras batallas. Ni grandes hallazgos, ni ser tratada con delicadeza extrema. Ni poemas, ni cartas de amor ni baladas en el balcón. Ella quería un codo con el que trabajar, un hombro sobre el que sollozar y un pecho sobre el que dormir. Quería pizza y cerveza, rock e ibuprofeno por la mañana. Cine y conversaciones eternas, de política, de economía, de personajes de comedia. Mensajes privados en el facebook, su cumpleaños en Marruecos. 
Por eso, nada influyó en ese mítico "tal para cual", "pareja perfecta" o "el uno para el otro".
Por eso, lo simple se volvió complejo y nada pudo rescatar esa distancia abismal entre los deseos y las necesidades, por vivir en otros mundos, por vivir distintas vidas. Así lo inevitable se hizo causa y lo entendible se volvió razón. Porque el amor no son grandes pasiones, ni perfecciones, ni una fidelidad eternizada. El amor es lo que cada uno siente por la noche, cuando entre sábanas frías, entiende que la soledad no es buena compañera de viaje en el desierto.



2 comentarios:

Alba dijo...

desde luego que la soledad de sabanas frías y corazones en polo, hacen entender a una, la falta del sentimiento, en estado puro..

C. dijo...

Tu ultima frase extremece. Perfecto final para una entrada perfecta. Me encanta.

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