26 de abril de 2011

cerebro en mantenimiento

Me gustaría decir que nada es tan difícil como lo pintan y dibujan. A cien grados centígrados los pensamientos se vuelven en nuestra contra , febriles, el mundo se desmorona bajo nuestros pies, o sobre nuestras cabezas, y la lógica destructiva nos lleva a la perdición. A cien grados. Punto justo de ebullición. Momento culminante de los desencadenantes, trágico desenlace de los hechos en sí despectivos. Drama. Tragedia. Una gran perdición y ni una sola ventana desde la que lanzarse al olvido.
Pero las cosas, para bien o aún peor, se enfrían. Se distancian, se alejan, se disipan, se disuelven, se olvidan.
Y ya nada es tan trágico, triste, grave, dramático o crucial. La vida sigue, los días se estabilizan, y uno acaba asumiendo lo que hizo o dejo de hacer como algo estático, simple, ineludible, y quizás, con el paso del tiempo, hasta superable.

de ahí la carencia de necesidad de la tortuosa culpabilidad o represión, aprendizaje frente al suicidio destructivo, crítica constructiva al margen de desaparición moral. mejora, arribo al puerto de las almas purificadas, sucias y renovadas. sentir escalofríos, dejar pasar el tiempo ante los dedos, no actuar, no empeorar. permanencia vital pro-supervivencia.

paradójico autoconvencimiento. personalidad actual recordando catarsis. fin del punto muerto.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Fin del punto muerto

Zé dijo...

para algunas personas el limite de ebullicion es menor, y sus sentimientos enfrian antes de haber comenzado

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