Un día, de repente, despierto sobresaltada. No sé que hora es. No sé si me he ha hecho tarde para coger el autobús y rebusco entre las sábanas buscando el móvil. Da igual, sé que aún es pronto. Mi mente me pedía escapar de un sueño que me teletransportaba al pasado. Siempre fui muy nostálgica. Mi objetividad mental me impide admitirlo en mis pensamientos, pero así es. Quiero creer que lo pasado, pasado está, que no hay nada mejor que dejarlo en el recuerdo y pasar página, que el camino elegido es el correcto porque es el único, es el tuyo. Pero aquellas mañanas en las que despierto sobresaltada, sé que mis sentimientos debaten duramente con mi mente. Pienso en aquella mañana de miércoles que desperté en esa cama de aquella habitación de aquel no muy lejano país, y me pregunto qué habría pasado si mi inseguridad me hubiera permitido seguir allí un día más. Pienso qué habría pasado si desde un primer momento hubiera optado por la independencia y hubiera dicho “no”. Pienso en lo mucho que me cuesta destacar, y en el miedo que me daría ser capaz de hacerlo. Que en cuanto diviso una oportunidad corro en sentido contrario tan rápido como mis piernas me lo permiten. Ya no sé si me dejo llevar o si fuerzo mis decisiones. Ya no sé si hago lo que quiero o lo que más cómodo me parece. Me dan miedo los esfuerzos, porque pueden implicar un fracaso, y los fracasos frustran y desembocan en melancolía. Y la melancolía, las mañanas de miércoles, me cruje el alma y me destroza el corazón. Le pongo caras a los momentos, le pongo olores, le pongo un tono de voz, y todo eso me apabulla. Regalé demasiadas sonrisas. Demasiados besos, demasiadas noches. Derramé lágrimas por palabras y palabras por una llamada. Me volqué en el momento y ahora el momento me desborda los nervios. Todo fue necesario. Nunca acepté consejos. Sé que quien habla es la voz de la experiencia, pero todos necesitamos vivir determinados momentos. Caernos unas cientos de veces antes de erguirnos en los sentidos sin herir nuestro orgullo. Nadie escarmienta en cabeza ajena. Sé que todo fue absolutamente imprescindible, y aún así, me faltan algunas ausencias. Extraño a personas. Extraño los lugares que compartí con ellas. Extraño las comidas que comimos juntas y las canciones que cantamos y bailamos con entusiasmo. Viajaría al fin del mundo si con ello pudiera revivir a esas personas, a esas pequeñas moléculas de mi micromundo. Las llevo dentro, y son ellas las que me golpean la razón con sus recuerdos, para no olvidarlas. Lo que algunas de ellas no saben, es que, por mucho que intenten evitarlo, mi recuerdo también les golpea las entrañas las noches de domingo, y una extraña melancolía les recorre la columna de arriba abajo, sin aparente sentido y desde la otra mitad del mundo.
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