19 de enero de 2010

el inesperado encuentro premeditado del abrigo rojo y la bicicleta verde

“Pero ,¿dónde se ha metido? Es imposible que se haya volatilizado en tres segundos”, piensa mientras se encuentra con un arsenal de coches frente a sí, desgastando sus bocinas ante el loco de la bicicleta y el semáforo en rojo de nuevo.

Está seguro de haberla visto, era ella, con su abrigo rojo y su mirada cabizbaja, pero al tiempo que se baja de los pedales al llegar a la acera empieza a dudar. “¿Y si todo ha sido producto de mi imaginación?” los pensamientos ilógicos le asaltan en tropel. “No puede ser, aún no he llegado a tal grado de locura, espero” deduce soltándo el manillar y dejando que la bici choque contra el suelo. Se sienta apoyando los codos sobre sus rodillas y se cubre el rosto con las manos.


“Perdona –alguien recorre su hombro con el dedo- creo que se te ha caído esto”. Desilusionado, se da la vuelta para comprobar, ante su sorpresa, que es ella la que está detrás de esa inocente voz infantil. “Gra- gracias” balbucea mientras coge entre sus manos su cuaderno de listas paradójicas. Está abierto, justo en el punto de cómo reconocer el amor ante desconocidos, y ella no le quita la vista de encima. Rápidamente, nervioso, lo cierra y se levanta, pero ella ya está de vuelta en su camino.

No puede entender qué acaba de suceder, un giro de ciento ochenta grados para encontrar a su misteriosa chica gris y lo que había conseguido es que ella le encontrara a él, pero no parecía equitativamente interesada. Paralizado, no sabe si correr tras de ella e invitarla a un café, con o sin leche y azúcar, en ese momento aquello le daba un poco igual. Pero llevaba tanto tiempo imaginando idealizadas historias de gente ajena en su cabeza que se sentía incapaz de llevar a cabo la suya propia en un lugar que no fuera su propia imaginación.




Ella camina despacio, acostumbrada a un punto medio de velocidad sus piernas le impiden en esos momentos apresurarse, aunque los nervios le puedan y sólo desee salir volando sobre los edificios y llegar a su escondite nube. “Es él, tiene que ser él” piensa mientras saca la nota de su bolsillo. En efecto, la caligrafía es exactamente idéntica a la del cuaderno que acaba de devolver a un desgreñado chico kamikaze. “Quizá sólo lo haya hecho para llamar la atención” , intenta analizar lo que acaba de suceder pero tampoco lo ve del todo claro. No acostumbra a mirar a las caras de la gente por lo que le resulta extraño que la de ese chico no le fuera del todo ajena. Recuerda esos radios, esos deportivos Adidas desgastados. Recuerda la bici verde y los chicles ordenados en forma de constelación en ese mismo paso de cebra, pero no le recuerda a él. No se recuerda a ella. Sigue caminando y, desgraciadamente, su rumbo le obliga a doblar la esquina, no sin antes, y tras mucha premeditación, girar la mirada para encontrarlo de nuevo en el horizonte.

[...]


(aquí lo tienes princesa bacana)

1 comentario:

Anónimo dijo...

ayyyy...
cruce de miradas.

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