Pone la cafetera sobre el fuego y espera a que broten los borbotones.
Mira a través de la ventana pero en realidad contempla su propio reflejo.
Ensimismado, se siente un completo idiota, o más bien piensa que todas las mujeres del Universo son unas zorras egocéntricas.
Lo bebe rápido, mientras nota cómo el calor le desgarra la garganta, sin leche, sin azúcar.
Piensa en cómo la gente estropea el delicioso sabor del café con esos innecesarios complementos. "Sólo beben por costumbre, a nadie le gusta su sabor", es su única conclusión.
Acostumbrado a una sonrisa de oreja a oreja, no entiende cómo una cosa así, tan banal, tan escueta, puede hacerle cambiar sobremanera, y frunce el ceño con gravedad.
Coge la bici y pedalea, cada vez más rápido, mientras nota como se desentumecen sus músculos tras trece horas de sueño.
Dormir es el único paliativo para su agónica realidad. Dormir y mascar chicle para ejercitar la mandíbula.
El viento en la cara le despierta mientras la cafeína empieza a llegar a cada una de sus terminaciones nerviosas."Adrenalina" piensa, "Necesito adrenalina. Bueno, y dinero". Justo en el momento en que un semáforo detiene su rumbo.
A falta de un buen escudero vital, acostumbra a charlar consigo mismo, tachándose de idealista el noventa y nueve por ciento de oportunidades diarias.
Ahora, estático, su cerebro se pone de nuevo en marcha.
Le gusta observar las miradas perdidas de la gente a prontas horas del día. Cabizbajos, pensativos, un nuevo día por delante. Imagina historias superfluas a la par que interesantes acerca de cada persona, problemas con la mafia, famosos ocultando su pública identidad, agentes de la CIA en misión especial, todo es poco para su imaginación.
Normalmente no le cuesta. Es mejor que conocer su realidad.
Cuando mira a alguien nace la historia en su interior. Siempre es así. Una historia para cada persona. Una persona para cada locura.
Para todos excepto para ella.
Cada mañana se cruzan, en el mismo punto, en la misma calle, misma acera, mismo misticismo en el ambiente.
Pero ella nunca mira, y el no encontrar sus ojos no le permite indagar en su dramática historia. Porque desde luego, la historia de esa discreta chica gris debe ser dramática.
La luz verde le hace despertar de nuevo, justo cuando ese abrigo rojo pasa por delante. Exactamente igual que hace tres días.
Igual que hace dos, igual que ayer.
Pero es desde hace tres días que espera algo. Espera que ella suba la mirada y busque a su alrededor al autor de los mensajes. Espera un cruce de miradas y una compenetración digna de una historia de García-Márquez.
No entiende de dónde sacó el valor para ese choque, la astucia para ese plan, la destreza para deslizar esa nota en su bolsillo, pero así fue. Piensa que es imposible que ella no sepa que era él. "¿Cuántos hombres la pretendrán?" y "Menudo idiota", o tal vez lo que piensa es "Vaya una prepotente".
Pero lo único que trata es desviar su inculpación cuando sabe que aquello fue una locura, pero lo hecho, hecho está.
Pedalea despacio. Le da tregua al cronómetro, pie al paso de cebra, juego a la casualidad, pero, otro día más, ella pasa de largo.
Otro impulso nace, fuera premeditaciones, decide que aquello no quedará así, y ese día no ganará esos 10 euros matutinos. Ese día prefiere hambre, hambre y sorpresas, y gira el manillar ciento ochenta grados.
[...]
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