12 de noviembre de 2014

El amor en tiempos del EGO

Hablemos de amor.
Ese loco, ese ente imperturbable, ese sentimiento etéreo que nos desgarra el corazón a la vez que nos hace volar y olvidar lo mundano, lo prescindible, lo racional.

Hablemos de amor.
Ese espíritu libre que te da una razón para levantarte cada mañana y te obliga a querer un poco más el universo a fuerza de sonrisas.

Hablemos de amor, o más bien desamor. Porque parece que el amor no se presenta ante nuestros ojos hasta que no muere por su propia inercia, o al menos para algunos.

Amor es una palabra complicada.

Están aquellos que la usan demasiado, los amantes del amor, aquellos que cuentan con pequeños vales regalo de amor y los van repartiendo por el mundo como quien reparte propaganda. Estos fervientes amantes del amor, porque no podría ser de otra manera, a menudo acaban desvirtuando el significado de este sentimiento, y acaban creyendo que es amor todo lo que reluce. Que amor es todo signo de cariño. Que existe el amor a primera vista. Que amor es tomarse un café juntos después de la noche anterior.

También están aquellos a los que la palabra amor les provoca sarpullidos, los que no soportan las demostraciones de amor, aquellos que no admitirían su idilio aunque Cupido se apareciera ante sus ojos. Estos amorfóbicos rehusan de poner etiquetas a ningún tipo de relación humana que mantengan, porque, al fin y al cabo, las etiquetas no sirven para nada, y las relaciones libres son mucho más sanas. Y así acaba la cosa, con una relación sentimental que no es relación porque nunca hubo amor; que acabo cayendo por su propio peso y sólo, y reitero, sólo en ese momento, el amor se revela ante los ojos de incrédulo.

Luego estamos los soñadores. Los locos. Los creyentes del amor. Los que realmente valoramos el peso de este sentimiento y medimos al milímetro su perfección, su presentación, su desarrollo y su finalización. Los que somos conscientes de su volatilidad y esencia, y tenemos miedo de descubrirlo, pero también de no llegar a encontrarlo nunca.

Lo normal es llegar a ser una mezcla de estos tres perfiles, en algún punto perdido entre loco del amor y sutil hijo de puta. Un empedernido amante de este sentimiento, que busca la perfección, que valora el simple proceso de la búsqueda. Hasta que, claro, uno se lleva dos, o hasta tres desengaños, y decide que hasta aquí hemos llegado

Es una pena que el propio amor te pueda convertir en un escéptico del mismo, que te vuelva reticente, que te haga desdichado. Aunque es cierto que a base de palos uno siempre aprende, el amor debería servir para alegrarnos la vida y no para convertirnos en seres malheridos y decadentes.

He aquí la paradoja del amor. El amor duele. El amor destroza corazones. El amor pisotea tu moral y tu orgullo y te deja tirado en la cuneta de las relaciones. El amor es maravilloso hasta que uno se da cuenta de que es superior a sus fuerzas, que uno busca el amor pero es el amor el que te acaba encontrando; te encuentra y no te suelta hasta que no estás exhausto e indefenso.

Puede que sea eso lo que más nos atraiga del amor. Que no está en nuestras manos.

Uno no decide cuando se enamora, y aunque haya unos cuantos que lo pretendan, el amor no se hace, sino que nace. El amor embriaga tu conciencia y se apodera de ti. Puede que tú no lo sepas, pero el amor se alimenta de tu propio amor.

Estar enamorado es una sensación maravillosa, semejante a la de sentirse amado; precursora de la madre de las sensaciones: la del amor recíproco; y generadora del padre de las sensaciones: la del amor propio.

El amor es genial porque ayuda a ver la vida con ojos benévolos, a ser menos duro con uno mismo, a ser generoso y amable. El amor te vuelve mejor persona, y ser mejor persona incrementa tu ego. Esto es así, una verdad cierta e indiscutible, y es que, cuando uno está enamorado, se siente francamente bien. No bien, uno siente que está en la cima del mundo. Que nada más importa. Que su vida es maravillosa y que mientras dure el amor, esta fantasía es indestructible.

Así, el amor es la mejor droga, el mejor antiarrugas, la mejor dieta adelgazante y la mejor terapia de choque. Puede que por eso, la búsqueda del amor en nuestros tiempos, donde el culto al "yo" se ha convertido en actividad imperante, sea tan importante. Puede que sea el único resquicio de bondad y de pureza que resta estos días, y, pese a su aleatoriedad, pese al riesgo de autodestrucción, pese a todos los riesgos que el amor implica, puede que el amor sea la única respuesta posible.





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