19 de febrero de 2014

Lo nuestro no fue nada

Es difícil escribir cuando uno tiene el corazón en pedazos y aún no se le ocurre cómo recomponerlo. 
El tiempo, sin embargo, le va dando forma a las sombras de unos sentimientos que, en caliente, han llegado a rozar la irracionalidad. 

Puede que los tópicos pudieran con nosotros. Puede que fuera la distancia. 

Puedo plantear teorías cuánticas sobre nuestra ruptura, pero después de todo, ambos sabemos que la razón siempre fuimos nosotros mismos.  

Puede que le pusiéramos fecha de caducidad a una historia que ni siquiera había comenzado aún. 

No nos cansábamos de jugar a la indiferencia, de jugar a creernos por encima del amor y de la dependencia humana, la dichosa dependencia vital. Pasábamos días hablando de nuestros pasados, riéndonos con viejas historias que no habíamos compartido, no preguntando demasiado, y pensando en un futuro en el que nuestros destinos no se cruzaban. No importaba, no estábamos hechos para estar juntos, no compartíamos una pasión o un plan vital. No éramos nadie el uno para el otro. Al cabo de unos meses, cada uno viviría su propia vida en una parte del Universo. No había nada que planificar. Quedábamos por razones lúdico-festivas. Quedábamos por aburrimiento. Quedábamos porque sí.
Pasábamos días sin hablar de nada en concreto, desdibujando nuestros contornos a contraluz, desgastando nuestros huesos. Te esperaba entre las sábanas como quién, desvelado, espera la hora del despertador, hasta que despertabas, agotado, para decirme lo guapa que estaba por las mañanas. 

Nos curamos mutuamente con noches de alcohol y carcajadas. Nos recompusimos con mañanas de café y sonrisas. Nos llamamos a deshoras, sin sentido. Nunca nos escribimos. Siempre nos esperamos en la puerta de aquel pub, helándonos los huesos, fumando un cigarro para disimular la ansiedad, para disimular que lo único que queríamos en el mundo era vernos el uno al otro, meter las manos en los bolsillos y caminar juntos de vuelta a casa. A tu casa, o a la mía. 

Nunca creímos estar enamorados. Lo nuestro era más bien una historia pasajera, transitoria. Una historia entre extranjeros dementes que no podían con el peso de la madurez. Lo nuestro era una sucesión de minutos juntos medida en litros de sidra. Lo nuestro no era nada. 

El día en que me monté en ese avión lo supe. Lo supiste tú y lo supo todo el Universo. Supimos que nos estábamos equivocando, que se nos había ido de las manos. Que tantas lágrimas no eran normal para una historia sin importancia, que habíamos agotado nuestros minutos juntos sin pensar en los minutos que pasaríamos separados. Supimos que más de un tópico había cobrado sentido entre nosotros.

Hubiera preferido la primera verdad. Hubiera preferido una despedida tajante, seca, fría y sin lágrimas. Hubiera preferido montarme al avión sin aquella cadena alrededor de mi cuello, la que me ataría a ti hasta el día de hoy, la más difícil de borrar de mi memoria. Hubiera preferido conservar mis recuerdos sobre ti hasta ese día de Junio, sorprendentemente caluroso, con tu imagen impecable en mi memoria. Con esa última carrera hasta el aeropuerto, con ese último beso en la mejilla, con esa última promesa que no pensaba cumplir. 






No hay comentarios:

all rights reserved