30 de agosto de 2010

ni te imaginas

para un momento porque creo que la rutina te ha extasiado
sí, esta rutina que te envuelve y en la que te involucras sin demasiado escepticismo
la que has aceptado por la esperanza de obtener un futuro más llevadero
y de la que, sin apenas darte cuenta, te has vuelto un esclavo

Eras un señorito de relojes que nunca dieron bien la hora y sonrisas en la acera,
Pero ahora, ni tan siquiera el sonido perpetuo y ensordecedor del mar te hace vibrar como antaño

Eres dependiente de cadenas invisibles a las que nadie te encadenó, ni tú mismo, pero que con el paso de los días son tu atuendo preferido, y sin ellas la novedad se sale de la corrección.

Has pasado del verde al azul oscuro en tan solo veintiún brochazos

Y ahora que has llegado al negro, ¿cómo piensas limpiar esta paleta?

Sólo para, para. Mira a tu alrededor y descubre que todo esto es transitorio. Que el negro son cenizas de las que puedes desempolvarte en tres minutos y que tu verde no desaparecerá por mucho que te obceques. Que cuanto más te recriminen más detestarás los relojes y que, a pesar de las prisas y descansos, el mar siempre seguirá intrigándote cual preadolescente ante el sexo. Y que todo esto sólo es una llamada de atención que dice: “no olvides que tu otro yo nunca te dejará marchar” a través de la distancia.

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