Puntual, como cada día, sus ojos se abren a las 7:35. Minutos arriba, minutos abajo, no necesita más de 20 para enfundarse unas medias y sus botas de lluvia grises. No quiere llegar tarde a su primera clase de literatura así que pega un trago de leche del cartón y se mete unas galletas en el bolsillo. “Me las comeré por el camino”, piensa. Está más inspirada que nunca. Lleva una semana cambiando el rumbo de su trayecto para no encontrarle. No tiene valor, no tiene valor para verle y sonreírle, porque ella no es de esas chicas que sonríen al pasar.
Pero hoy es diferente, pues la Escuela de Arte queda precisamente a una manzana de la susodicha calle, y no puede- no quiere- llegar tarde.
Con la lluvia mojándole las pestañas, como desde hace una semana , sale de casa con la bici y unas cuantas bolsas de basura. Se pregunta si es que ella no volvería a pasar por ahí. Se pregunta si es por él. Si le asustó. Si tan horrible le parecen las historias de “chico conoce a chica” y “chico la invita a café”. O se pregunta si tal vez, la misma noche de su encuentro, ella tuvo un accidente. O fue atacada por una mafia de aviadores soviéticos que necesitaban explotar a jóvenes para trabajar en talleres ilegales de tejidos paracaidísticos. En cualquier caso, ella ya no aparecía. Y su motivación diaria decaía. Así que, otro día más, llegaría tarde al trabajo.
Lanza las bolsas en el contenedor y sigue pedaleando por la acera, esquivando peatones, hasta llegar a su cruce preferido. Como de costumbre ella no está enfrente, “pobre iluso”-piensa-“no aparecerá”, pero con lo que sí que no contaba era con que ella se parara justo a su lado, cabizbaja como de costumbre, enfundada en su abrigo rojo y sosteniendo entre sus brazos un libro. “Simone de Beauvoir” alcanza a leer, antes de que el semáforo tornara en verde. Y ella avanza a toda prisa. No sabe si no le ha visto, pero él sí, y esta vez no piensa hacer ninguna estupidez, así que se limita a seguirla.
Ella, a su ritmo medio pausado, tararea en su mente una de las canciones que escuchó en algún lugar, alguno de estos días, y que no puede sacar de su cabeza. No lo ve, ni siquiera lo busca. Desea encontrárselo, pero no quiere tener que reaccionar y pensar rápido. Así que su dilema interno le lleva a mirar su botas grises y tararear, tararear, hasta que llega a la puerta de la Escuela.
“Así que la Escuela de Arte, vaya..” piensa mientras detiene su bici junto a un grupo de estudiantes que discuten animadamente sobre la próxima clase, “algo es algo"..
[…]
1 comentario:
creo que ese chico no se da cuenta de la suerte que tiene por cruzarse tanto con esa chica....
ay, lastima que ella sea una cumbierita intelectual....le va a destrozar.
(gracias)
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