29 de diciembre de 2010

aquello de esperar

Mi calma deshecha en minúsculas certezas por un torbellino de urgencia. Prisa, apremio, premura, acucia, aprieto. En definitiva urgencia. Una celeridad inherente a una naturaleza regada por los desplantes y desaires de individuos desafortunados. Ellos conformaron mis instintos y ahora me provocan. Provocan esta actitud desairada con quién no la fomentó. Hablemos claro ante la astucia viperina, ante la soledad desmerecida, ante la culpa asfixiante, ante causas perdidas.
La fortaleza dura, dura hasta que se agotan las ganas de ser fuerte. Ganas de pasar un mal trago. La fortaleza se acaba cuando ya no quedan lágrimas que te muestren evidencias. La evidencia de querer algo, de llorar por ello, de tener la necesidad de luchar y aguantar. Cuando no quedan lágrimas en la recámara. Cuando te da igual que se comunique, o que no. Cuando diez mil kilómetros ya no se pasan por alto, por bajo, y ni tan siquiera desapercibidos. Cuando extrañas sin ganas de seguir viviendo una realidad aparente. Cuando otras alternativas se desnudan ante tus retinas y ya sólo piensas, piensas, piensas en lo que fue, y lo que será no parece tan claro ni perfecto..




2 comentarios:

Clementine dijo...

Siempre me gusta leerte.
Esperemos que este 2011 traiga esperanza.

Por cierto, la cabecera preciosa.
:)

Pueden largarse dijo...

No entiendo que quieres decir con lo que me has dicho.. no sé...:S

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