Él iba a definir la necesidad de etiquetar mientras preparaba el desayuno. Ella, estática, observándolo desde la silla de plástico naranja del pasillo, lo vió venir de lejos así que intentó cambiar de tema a la desesperada.
-Podríamos ir de excursión- soltó lo primero que se le pasó por la cabeza-
-¿De excursión? ¿A qué viene eso ahora?- respondió extrañado, girando noventa grados su cabeza para encontrar su mirada, o al menos eso le pareción a ella-
-Pues una idea, como otra cualquiera, los amigos van de excursión, ¿no?- lo dijo sin pensar, y conforme sus palabras salían de entre sus labios se arqueaban sus cejas con gesto escéptico. No podía evitar arquear las cejas y fruncir el lado izquierdo de su nariz cada vez que decía estupideces sin pensar, y sin duda ésta era una estupidez muy pero que muy grande.
Había intentado desviar el tema que él llevaba toda la semana tocando y se lo había servido en bandeja de plata, ya no podría evitarlo más.
-¿Amigos?- dejó el sirope sobre la encimera de la cocina y se giró completamente hacia ella. Estaban considerablemente lejos y aún así ella adivinó el ligero guiño de sus párpados, el mismo de cada vez que ella lo provocaba.
-¿Ahora somos amigos?- increpó elevando su tono de voz - Eres absolutamente impredecible.
Llevaban apenas varias semanas juntos y ya eran como uña y carne. Sus abismales diferencias los convertían en una de esas irritantes parejas semi-prefectas y aún así, había algo que no terminaba de quedar claro.
-Bueno, al fin y al cabo somos amigos, ¿no? De hecho muy buenos amigos, ¡unos amigos de la ostia!- abrió algo más los ojos mientras sus cejas se escapaban por el horizonte. Otra de esas estupideces que soltaba sin pensar.
Eran buenos amigos, y en eso llevaba razón. Pero para él aquello era mucho, muchísimo más que una simple amistad con derecho a roce. Ella no tenía ningún problema con eso, pero no podía con la estúpida tradición del etiquetado.
-Unos amigos de la ostia, genial- contestó cogiendo nuevamente el sirope y dándole la espalda - ¿Quieres tus tortitas con sal o con azúcar? Ah, vaya, olvidaba que basas tu vida en la ambigüedad de elementos- dijo con sarcasmo mientras colocaba las tortitas en una inmensa montaña que casi llegaba al armario- MMM, ricas tortitas saladas para mi querida amiga de la ostia.
Sus estúpidas y constantes discusiones de la semana les habían llevado a elaborar la teoría de la sal y el azúcar. Compraron dos botes exáctamente idénticos, que llenaron respectivamente de una u otra cosa. Ella insistía en que realmente sabría diferenciarlos sin etiqueta, a simple vista, y sino lo probaría con el meñique y punto. Le encantaba comer con las manos. Él, perfeccionista, estaba convencido de que el dymo era el mejor invento del mundo desde el mando a distancia, e insistía en la necesidad de etiquetado.
-No seas cruel. Sabes que no es nada personal, pero ¿qué necesidad tenemos de ponernos un estúpido dymo en la frente que diga "propiedad de"?- ella empezaba a aburrirse de la conversación, además, se moría de hambre y las tortitas la miraban desafiantes- Es simplemente absurdo. Y quien piense que somos un bote de sal cuando claramente somos azúcar, que se muerda la boca.
Esa conversación podría haber durado horas de no ser por el timbre.
-Yo abriré- saltó ella de la silla deslizándose con sus calcetines de rayas.
[...]
-¿Quién es?- gritó él desde el salón, donde la esperaba con el desayuno listo sobre una caja de cartón y un par de cojines en el suelo.
Ella volvió con una sonrisa de oreja a oreja y un paquete enorme entre los brazos, que acabaría siendo el final de sus diferencias, y el inicio de largos y largos milenios de desayunos con tortitas los días 19 de Febrero.
-Feliz mes, amigo de la ostia
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