
Era su hilo musical, soplándole en la nuca, rozándole los dedos. Supo que los pequeños detalles adormecerían la desesperanza. Creyó que volaría por encima de las vanidades que le atormentaron en otros tiempos. Mientras su melodía sonara, nada podía torcerse, nadie podría rasgarle la esperanza. Bien sabido es que las grandiosas expectativas nos procuran estrepitosas caídas, pero cómo podría caerse si hasta ese momento había estado mordiendo el polvo. Su trayectoria era inequívoca: estrictamente creciente. Sólo esperó haberle dado la suficiente cuerda a esa pequeña caja musical que la llevaría directa a la estratosfera del yang.
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